“Y quienes buscan a Dios entenderán Todo” (Proverbios 28:5)
Cuando contemplamos cualquier
obra de la naturaleza, si ponemos la suficiente atención nos daremos cuenta de
la existencia de algo común a todos los seres tanto animados como inanimados,
ya sea una flor o una nube, un árbol o un animal, una esplendorosa puesta de
sol o la maravilla de un cielo estrellado, todo eso comparte un atributo
indudable: la belleza. Y esa belleza que el hombre siempre ha intentado emular
responde indudablemente a una cualidad: la armonía. Y buscando el origen de esa
armonía que se traduce en belleza el hombre, ya en la antigüedad, ha encontrado
que obedece a un patrón, un patrón numérico conocido como la proporción áurea, el número de Dios o el número Phi (por Fidias, arquitecto del Partenón).
El número Phi puede obtenerse a partir de la Serie de Fibonacci. La
serie de Fibonacci es una sucesión definida por recurrencia. Esto significa que
para calcular un término de la sucesión se necesitan los términos que le
preceden: 0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, 233, 377, …. Cada
número es la suma de los dos anteriores. Esta secuencia fue descrita por el
matemático italiano Leonardo de Pisa (Fibonacci) quien nació en 1170 y murió en
1240, mucho antes de ser conocida en occidente, la sucesión de Fibonacci ya
estaba descrita en la matemática india.
Siendo la naturaleza la propia divinidad manifestada, es pertinente
considerar que dicha Divinidad tiene un aspecto inmanifestado, a partir del
cúal surge todo lo que conocemos en el mundo material e inmaterial. El gran gñani advaiti Nisargadatta
Maharaj habla de la unidad esencial de lo inmanifestado y lo
manifestado. El Noumeno es
el substrato original, un estado de potencialidad pura, de "vacuidad no vacía sino plena". En
ese estado original surge la consciencia: el pensamiento “Yo Soy”. Entonces el Noumeno se refleja
especularmente en el universo fenoménico. Para verse a Sí Mismo el Noumeno se objetiviza en fenómeno, y surge la primera dualidad
básica: el principio de lo masculino (Purusha) y de lo femenino (Prakriti).
Asímismo, para que los fenómenos puedan desarrollarse surgen el espacio y el
tiempo.
Tenemos pues los mismos principios que en la Cábala se denominan Ain Sof Aur (lo Inmanifestado, el Noumeno),
la sefirá de Kether (la Consciencia “Yo Soy”,
el Parabrahman) y las sefirot
de Jokmah (lo masculino, el espacio, la
energía) y Bináh (lo femenino, el tiempo, la forma).
El Taoísmo también considera lo Inmanifestado, el “No Ser” o la
“Nada” como el auténtico origen de toda la manifestación. El Tao es
concebido como una entidad
metafísica que está más allá del intelecto humano.
En el Tao te King leemos:
“No existencia y existencia son uno
y lo mismo en su origen; sólo se separan cuando se manifiestan”
“El principio del cielo y la
tierra se hallan en el No Ser. Regreso es el movimiento del Tao. Debilidad es
el proceder del Tao. Todo lo que hay surge del Ser. El Ser surgió del No Ser”
Los dos principios opuestos en la manifestación serían según el Taoísmo
el principio masculino activo: Yang, y el principio femenino receptivo: Yin.
Si la naturaleza nos dá una aproximación racional a la divinidad, otra
aproximación, más subjetiva, sería el concepto de Transcendencia. Aquí
la divinidad sería lo que trasciende al ser humano, junto con lo que está
escondido en su esencia más profunda. La otra interpretación de trascendencia
es “lo que está más allá de toda conceptualización”. En consecuencia, no
se puede tener ninguna conceptualización de lo que es trascendente, porque va
más allá de cualquier concepto de la mente humana. En su sentido básico, lo que
trasciende es lo que trasciende toda conceptualización, toda categoría, toda
nominación y está más allá de todos los nombres y las formas. A diferencia de
lo anterior, aquí el acento se pone en la subjetividad, pues no es posible
definir a Dios, ya que entonces no tendríamos a Dios, sino un concepto de Dios, que son cosas muy distintas. Toda
definición se hace sobre un objeto, y Dios no es un objeto sino el Único Sujeto.
Aquí surge una cuestión esencial, y es que la palabra Dios (derivado de Theus) con mucha frecuencia nos remite a
un Ser distinto de nosotros, y por tanto separado, y al que se le van
atribuyendo diferentes cualidades. Es decir: se le convierte en un objeto. Es
en ese sentido en el que muchos ateos consideran que es el hombre quien crea a
Dios. Siendo natural que el ser humano requiera concretar de algún modo la
etérea y escurridiza divinidad para poder relacionarse con ella, llegando
incluso a darle forma física en distintas representaciones según las diversas
religiones, el paso a la idolatría resulta inevitable, ya que para muchas
personas es difícil considerar que esas imágenes no son de por sí sagradas,
sino solo meros recordatorios de la divinidad. En el hinduismo, por ejemplo,
conviven los cultos idolátricos a los dioses y diosas de la gente sencilla con
el concepto de Brahman, absolutamente indefinible (neti neti
“no esto, no aquello” dice el vedanta advaíta). El Islam y el Judaísmo prohíben
por esa razón las representaciones de Dios. El primer mandamiento del Tzalaj
lo indica claramente:
“Yo Soy el Eterno, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. No tendrás otro Dios ante mi Faz”. (Exodo 20:2-3)
“ante mi Faz”, en hebreoעל פני (al panaí), que vocalizado como el penaí significa “vacuidad”.
Nagarjuna |
La palabra
vacío implica la potencialidad para
la existencia y el cambio, es decir; la fuente esencial de la vida misma, la
matriz de la existencia. La vacuidad es el fundamento de todo. "Gracias al vacío, todo es posible".
(Nagarjuna)
Esta Vacuidad coincide con un aspecto esencial de la Divinidad, el de
Fuente de toda la manifestación.
En En Cábala se habla
de Los 3 niveles o Velos de Existencia Negativa:
Ain אּיּן (Nada)
Aur ﭏוּרּ(Luz).
Ain es lo Inmanifestado Absoluto. No es un Ser, es
la Nada, la "no Seidad". Ain Sof es el Infinito. Al
hacerse Consciente de Sí Mismo, el Ain se convierte en Ain Sof. Surge la
conciencia de Ser, la "Seidad". Ain Sof Aur es la Luz
Infinita. El Ain Sof deviene en Luz Infinita Ilimitada. Se produce una
contracción, el TzimTzum זּוּם זּוּם , que genera
un vacío en el que se producirá la manifestación de todo el universo
fenoménico. La primera emanación de este Inmanifestado es la esfera de Kether, que representa la Unidad, el Ser Unico y Existente por sí Mismo, al que comúnmente llamamos
Dios, y cuyo nombre en Kether es Ehiéh אּהּיּהּ
Isaac El Ciego, en el Sepher Ha Bahir nos acerca al concepto de Ain Sof o Ein
Sof:
“Debes saber que todo lo que es
visible y todo lo que pueda ser captado por medio de la capacidad del corazón
humano es limitado, y todo lo que es limitado tiene un fin, y todo lo que tiene
un fin carece de valor. Partiendo de esta constatación, lo que no es limitado
debe llamarse Infinito –En-Sof- y que es indiferenciación absoluta en la unidad
perfecta sin alteraciones. Si algo es infinito, nada existe que sea exterior. A
medida que se eleva es el principio esencial tanto de lo secreto como de lo
manifiesto. A medida que se oculta, es la raíz tanto de la fidelidad como de la
rebelión, y respecto a esto dicen las Escrituras “Por su fidelidad, el justo
vivirá”. Los filósofos concuerdan con quien afirma que no es capaz de definir
el Infinito, salvo de manera negativa. Las entidades que emanan del Infinito
son las sefirot.”
Tenemos pues que la divinidad anterior a toda manifestación es por completo inasequible al entendimiento humano, pues éste es limitado e incapaz de contener el infinito. Y, por ende, no hay posible relación con él, pues está más allá de todo concepto imaginable
Si el cero representa numéricamente a la divinidad antes de su manifestación,
el uno, como representante de la Unidad, es la característica principal de
dicha divinidad en su manifestación, ya que representa a la Totalidad:
“Él es el primero. Él es el último. Él es el exterior. Él es el interior.
No conozco a ningún otro aparte de Yâ Hû y Yâ Mân Hû” (Oh, Él, y Oh Él que es, dos de los gritos más habituales de los
derviches)
El Tratado de la Unidad de Ibn’ Arabî se explaya sobre este
aspecto, afirmando que la Unicidad y la Singularidad son los únicos velos de Allâ:
Ibn' Arabî |
"Porque Él es el Primero y
el Último, lo Exterior y lo Interior.
Él aparece en Su unidad y se
esconde en Su singularidad.”
Que es el Único Sujeto se deduce de que “sólo Él existe y no puede dejar de existir puesto que jamás vino a la existencia”. Por consiguiente, la propia existencia de otro sujeto es ilusoria: “Tu no puedes cesar de ser, porque no eres. Tú eres Él y Él es tú, sin ninguna dependencia o casualidad”… “Pero si conoces el ti-mismo, es decir, si puedes concebir que no existes y que, por tanto, no puedes extinguirte jamás, entonces conoces a Allâh. En otro caso, no”.
El vedanta advaita también afirma la unicidad de la Divinidad. Las
palabras de Sankaracharia recuerdan mucho a las de Ibn’ Arabî; “Aquello que lo impregna todo, que nada lo trasciende
y que, al igual que el espacio universal que nos rodea, lo llena todo por
completo, por dentro y por fuera, ese Brahman Supremo y no dual: eso eres tú.”
En Cábala, la primera manifestación del Ein Sof es el punto, y
éste corresponde a la sefirá de Kether,
cuyo significado: “Corona”, remite tanto a la máxima realeza: sólo Dios posee
la corona, como a un vacío, vacío que permite que el flujo de la Luz del
Ein Sof llegue a nosotros. Pero para recibir esta Luz en su plenitud hemos de
vaciarnos de nuestra subjetividad, porque no puedo conocer nada si yo soy algo.
Sólo “Cuando te extingues, Le conoces”,
como escribe Ibn’ Arabî en su Tratado de la Unidad. En el Árbol de la Vida
la barrera del Abismo solo puede cruzarse cuando el yo (Aní אני ) se
convierte en nada (Ain אין)
Sufismo, Vedanta advaíta y Cábala coinciden en la Unidad de la Divinidad.
Pero ¿qué caracteriza principalmente a dicha Divinidad? El ser intemporal.
“Aquello que reside en todos los
seres y que a su vez está en todos los seres, que da la gracia a todos, que es
el Alma Suprema del universo y el ser ilimitado: yo soy Eso” (Amritbindu
Upanishad).
El ser intemporal es la fuente tanto de la vida como de la consciencia. Nisargadatta
Maharaj lo expresa así: “El
Noumeno, Eso que Es, solo puede Ser, y solo puede Ser Ahora. A falta de espacio
y tiempo conceptual no puede haber absolutamente ningún dónde ni cuándo para
que ninguna cosa sea”.
El nombre divino de la primera sefirá, Kether, es אַהּיּהּ , Ehieh "El Que Es". אהיה אשר אהיה “Yo Soy el que Soy” (Ehieh asher ehieh) fue la presentación a Moisés en la zarza que no se consume, símbolo de la indestructibilidad del Espíritu
Y el Nombre Divino,
יהוה el Tetragrama impronunciable, al que los judíos se refieren como “Ha Shem”
(literalmente, El Nombre), y los cristianos llaman Yavéh, no existe como
palabra corriente, sino que es construída a partir del presente del verbo
ser: הוה (Havéh) y
el prefijo י que
indica la tercera persona del futuro, indicando el ser que es ahora y continúa
siendo en el futuro. Es interesante observar como en el judaísmo Dios no sólo
no puede representarse con imagen alguna, sino que su nombre más sagrado
tampoco puede pronunciarse. Y es que sería encerrar lo ilimitado e intemporal
en símbolos y palabras, lo cosificaría,
abriendo paso a la idolatría. Después de todo, el Tetragrama no es sino el
despliegue de los 4 Niveles de Manifestación del Ein Sof, a partir de
sus cuatro letras (Yud, Hei, Vav, Hei).
“Ese ser intemporal es tanto la
fuente de la vida como de la consciencia. En términos de tiempo, espacio y
causalidad es todopoderoso siendo la causa incausada, todo-penetrante y eterna,
en el sentido de no tener principio ni fin y estar siempre presente. Al ser
incausado, es libre. Siendo todo-penetrante todo lo sabe. Al ser indiviso, es
feliz. Vive, ama y se divierte eternamente, formando y reformando el universo.
Todo hombre lo tiene, todo hombre lo es. Pero no todos se conocen a sí mismos
tal y como son, y por ello se identifican con el nombre y la forma de sus
cuerpos y con el contenido de sus consciencias”. (Yo soy Eso, Conversaciones con Nisargadatta Maharaj)
Nuestra relación con la Divinidad.
La relación con la Divinidad ha pasado por diversas fases en la historia
de la humanidad. Los pueblos mal llamados “primitivos” viven una conexión
poderosa con la Fuente, que en su caso está estrechamente ligada a la
naturaleza. No olvidemos que, para la Cábala, la naturaleza como manifestación
es el Principio Femenino de la Divinidad, conocida como Shekiná. El paso del
Paleolítico al Neolítico supone probablemente un paso de la organización
matriarcal a la patriarcal. Aparecen entonces los dioses uránicos, es decir;
celestes. Y la relación se hace entonces más lejana, como muestra una plegaria
de las tribus fangs de África ecuatorial: “Nzame
(Dios) está arriba, el hombre está abajo. Dios es Dios, el hombre es el hombre.
Cada uno en su casa, cada uno en su morada”. Sólo se acuerdan de este Dios
cuando truena, y no suelen ofrecerle culto ni tienen una relación con él como
con, por ejemplo, los espíritus de sus antepasados. El conjunto
cielo-creador-soberano-universal es común a muchas civilizaciones, y siempre
con ese tinte de lejanía y, a su vez, de omnipresencia. Los mongoles creían que
Tengri (el cielo) lo ve todo, y al hacer un juramento proclamaban: “¡Qué el cielo lo vea!”.
La relación con la divinidad es muy distinta si, en vez de verla como
algo lejano y externo a uno mismo, la vemos como algo íntimo e inefable, que
nada tiene que ver con el pensamiento, y sí con una Presencia que sentimos
tanto dentro como fuera de nosotros. Ver a Dios de un determinado modo es un
error. “Tenéis la idea de que Dios solo
se muestra de una única manera. Esa es una idea muy peligrosa. Eso os impide ver a Dios en todas partes. Si
crees que a Dios se le ve y se le oye sólo de una manera, Me mirarás sin verme
día y noche. Te pasarás toda la vida buscando a Dios y no le encontrarás;
precisamente porque estarás buscando a alguien”. (Conversaciones con
Dios I)
El místico San Juan de la Cruz lo expresa maravillosamente en su Noche oscura del alma:
¡Oh noche amable, más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en Amado transformada!”.