domingo, 16 de mayo de 2021

¿Qué es la Divinidad?

                   

 “Y quienes buscan a Dios entenderán Todo” (Proverbios 28:5)

 

Cuando contemplamos cualquier obra de la naturaleza, si ponemos la suficiente atención nos daremos cuenta de la existencia de algo común a todos los seres tanto animados como inanimados, ya sea una flor o una nube, un árbol o un animal, una esplendorosa puesta de sol o la maravilla de un cielo estrellado, todo eso comparte un atributo indudable: la belleza. Y esa belleza que el hombre siempre ha intentado emular responde indudablemente a una cualidad: la armonía. Y buscando el origen de esa armonía que se traduce en belleza el hombre, ya en la antigüedad, ha encontrado que obedece a un patrón, un patrón numérico conocido como la proporción áurea, el número de Dios o el número Phi (por Fidias, arquitecto del Partenón).

El número Phi puede obtenerse a partir de la Serie de Fibonacci. La serie de Fibonacci es una sucesión definida por recurrencia. Esto significa que para calcular un término de la sucesión se necesitan los términos que le preceden: 0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, 233, 377, …. Cada número es la suma de los dos anteriores. Esta secuencia fue descrita por el matemático italiano Leonardo de Pisa (Fibonacci) quien nació en 1170 y murió en 1240, mucho antes de ser conocida en occidente, la sucesión de Fibonacci ya estaba descrita en la matemática india.


Representación de la espiral áurea

El hombre ha utilizado esta divina proporción en numerosas obras de arte, imitando con ello la armonía matemática de la naturaleza. 

La pregunta que nos hacemos entonces es: ¿De dónde procede esa inteligencia que ha dado lugar a una planificación tan perfecta? Porque el azar de ningún modo puede definir patrones matemáticos como los que subyacen en la naturaleza. Encontramos aquí una aproximación a la Divinidad como Gran Arquitecto del Universo, definido en la masonería como “un principio creador, superior, ideal y único que se denomina Gran Arquitecto del Universo, cuya interpretación es personal y absolutamente libre para cada masón (art. 3º de la Constitución de la GLMU).

Se afirma pues la existencia de un Ser Supremo, independientemente de los distintos nombres que dan las religiones a Dios, y ésto se hace desde la razón, pues se reconoce la inteligencia subyacente en todo el Universo. No existe pues un Dios masónico, sino un concepto universal de la divinidad que cada hombre puede adaptar a su propia religión. 


La aproximación a la Divinidad desde la naturaleza es seguida 
por el filósofo Baruj Spinoza. Cuando preguntaron a Albert Einstein si creía en Dios respondió: Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la reglada armonía de todo lo que existe, pero no en un Dios que está preocupado con el destino y obras de la humanidad. La concepción de Spinoza se consideró una herejía de panteísmo, pues Dios es conceptualizado no como
ente personal y personificado que dirige la existencia externamente a ella, sino como el conjunto de todo lo existente, que se expresa tanto en la extensión como en el pensamiento. Dicho de otro modo, se considera que Dios es la propia realidad, que se expresa a través de la naturaleza. Ésta sería una de las formas particulares en que Dios se expresa. El Dios de Spinoza no daría una finalidad al mundo, sino que éste es una parte de Él. En síntesis, para Spinoza Dios es todo y fuera de él no existe nada. Esta visión de la Divinidad se aproxima mucho a la del Vedanta Advaita, y también a la de la Cábala, que denomina a Dios manifestado en la naturaleza con el término femenino de Shekináh.

Siendo la naturaleza la propia divinidad manifestada, es pertinente considerar que dicha Divinidad tiene un aspecto inmanifestado, a partir del cúal surge todo lo que conocemos en el mundo material e inmaterial.  El gran gñani advaiti Nisargadatta Maharaj habla de la unidad esencial de lo inmanifestado y lo manifestado. El Noumeno es el substrato original, un estado de potencialidad pura, de "vacuidad no vacía sino plena". En ese estado original surge la consciencia: el pensamiento “Yo Soy”. Entonces el Noumeno se refleja especularmente en el universo fenoménico. Para verse a Sí Mismo el Noumeno se objetiviza en fenómeno, y surge la primera dualidad básica: el principio de lo masculino (Purusha) y de lo femenino (Prakriti). Asímismo, para que los fenómenos puedan desarrollarse surgen el espacio y el tiempo.

Tenemos pues los mismos principios que en la Cábala se denominan Ain Sof Aur (lo Inmanifestado, el Noumeno), la sefirá de Kether (la Consciencia “Yo Soy”, el Parabrahman) y las sefirot de Jokmah (lo masculino, el espacio, la energía) y Bináh (lo femenino, el tiempo, la forma).

 

El Taoísmo también considera lo Inmanifestado, el “No Ser” o la “Nada” como el auténtico origen de toda la manifestación. El Tao es concebido como una entidad metafísica que está más allá del intelecto humano.

En el Tao te King leemos:

No existencia y existencia son uno y lo mismo en su origen; sólo se separan cuando se manifiestan”

“El principio del cielo y la tierra se hallan en el No Ser. Regreso es el movimiento del Tao. Debilidad es el proceder del Tao. Todo lo que hay surge del Ser. El Ser surgió del No Ser


El Señor Venerable, el Tao, se encontraba en reposo, más allá de la desolación, en silencio, en el vacío misterioso…Dicen que Él/Ella está ahí y no veo una forma, dicen que Él/lla no está ahí, sin embargo los seres lo siguen de por vida”.

Los dos principios opuestos en la manifestación serían según el Taoísmo el principio masculino activo: Yang, y el principio femenino receptivo: Yin.

 

Si la naturaleza nos dá una aproximación racional a la divinidad, otra aproximación, más subjetiva, sería el concepto de Transcendencia. Aquí la divinidad sería lo que trasciende al ser humano, junto con lo que está escondido en su esencia más profunda. La otra interpretación de trascendencia es “lo que está más allá de toda conceptualización”. En consecuencia, no se puede tener ninguna conceptualización de lo que es trascendente, porque va más allá de cualquier concepto de la mente humana. En su sentido básico, lo que trasciende es lo que trasciende toda conceptualización, toda categoría, toda nominación y está más allá de todos los nombres y las formas. A diferencia de lo anterior, aquí el acento se pone en la subjetividad, pues no es posible definir a Dios, ya que entonces no tendríamos a Dios, sino un concepto de Dios, que son cosas muy distintas. Toda definición se hace sobre un objeto, y Dios no es un objeto sino el Único Sujeto.

 

Aquí surge una cuestión esencial, y es que la palabra Dios (derivado de Theus) con mucha frecuencia nos remite a un Ser distinto de nosotros, y por tanto separado, y al que se le van atribuyendo diferentes cualidades. Es decir: se le convierte en un objeto. Es en ese sentido en el que muchos ateos consideran que es el hombre quien crea a Dios. Siendo natural que el ser humano requiera concretar de algún modo la etérea y escurridiza divinidad para poder relacionarse con ella, llegando incluso a darle forma física en distintas representaciones según las diversas religiones, el paso a la idolatría resulta inevitable, ya que para muchas personas es difícil considerar que esas imágenes no son de por sí sagradas, sino solo meros recordatorios de la divinidad. En el hinduismo, por ejemplo, conviven los cultos idolátricos a los dioses y diosas de la gente sencilla con el concepto de Brahman, absolutamente indefinible (neti neti “no esto, no aquello” dice el vedanta advaíta). El Islam y el Judaísmo prohíben por esa razón las representaciones de Dios. El primer mandamiento del Tzalaj lo indica claramente:

Yo Soy el Eterno, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. No tendrás otro Dios ante mi Faz”. (Exodo 20:2-3)

ante mi Faz”, en hebreoעל פני   (al panaí), que vocalizado como el penaí significa “vacuidad”. 


Nagarjuna
Esta vacuidad la encontramos en el concepto budista de shunyatalo que es vivo, dinámico, vacío de materia, no fijado, mas allá de la expresión individual o personal y la matriz de todos los fenómenos”.  

La palabra vacío implica la potencialidad para la existencia y el cambio, es decir; la fuente esencial de la vida misma, la matriz de la existencia. La vacuidad es el fundamento de todo. "Gracias al vacío, todo es posible". (Nagarjuna)

Esta Vacuidad coincide con un aspecto esencial de la Divinidad, el de Fuente de toda la manifestación.


Es importante señalar que, numéricamente, el número cero representa a este vacío, y que este número es de origen indio. El término “cero”, al igual que el término “cifra”, deriva etimológicamente del árabe “sifr” (que significa ‘vacío’), y éste es la traducción del nombre original para el cero: el sánscrito “shunya” (literalmente ‘vacío’). El cero es, pues, el vacío matemático, y como tal simboliza a la Divinidad antes de su manifestación

En En Cábala se habla de Los 3 niveles o Velos de Existencia Negativa:


   

           Ain אּיּן (Nada) 

           Sof סּוּףּ (Infinito,Ilimitado) 

           Aur  ﭏוּרּ(Luz). 


Ain es lo Inmanifestado Absoluto. No es un Ser, es la Nada, la "no Seidad". Ain Sof  es el Infinito. Al hacerse Consciente de Sí Mismo, el Ain se convierte en Ain Sof. Surge la conciencia de Ser, la "Seidad". Ain Sof Aur es la Luz Infinita. El Ain Sof deviene en Luz Infinita Ilimitada. Se produce una contracción, el TzimTzum זּוּם זּוּם , que genera un vacío en el que se producirá la manifestación de todo el universo fenoménico. La primera emanación de este Inmanifestado es la esfera de Kether, que representa la Unidad, el Ser Unico y Existente por sí Mismo, al que comúnmente llamamos Dios, y cuyo nombre en Kether es Ehiéh אּהּיּהּ

Isaac El Ciego, en el Sepher Ha Bahir nos acerca al concepto de Ain Sof o Ein Sof:

Debes saber que todo lo que es visible y todo lo que pueda ser captado por medio de la capacidad del corazón humano es limitado, y todo lo que es limitado tiene un fin, y todo lo que tiene un fin carece de valor. Partiendo de esta constatación, lo que no es limitado debe llamarse Infinito –En-Sof- y que es indiferenciación absoluta en la unidad perfecta sin alteraciones. Si algo es infinito, nada existe que sea exterior. A medida que se eleva es el principio esencial tanto de lo secreto como de lo manifiesto. A medida que se oculta, es la raíz tanto de la fidelidad como de la rebelión, y respecto a esto dicen las Escrituras “Por su fidelidad, el justo vivirá”. Los filósofos concuerdan con quien afirma que no es capaz de definir el Infinito, salvo de manera negativa. Las entidades que emanan del Infinito son las sefirot.


Tenemos pues que la divinidad anterior a toda manifestación es por completo inasequible al entendimiento humano, pues éste es limitado e incapaz de contener el infinito. Y, por ende, no hay posible relación con él, pues está más allá de todo concepto imaginable


Si el cero representa numéricamente a la divinidad antes de su manifestación, el uno, como representante de la Unidad, es la característica principal de dicha divinidad en su manifestación, ya que representa a la Totalidad:

Él es el primero. Él es el último. Él es el exterior. Él es el interior. No conozco a ningún otro aparte de Yâ Hû y Yâ Mân Hû” (Oh, Él, y Oh Él que es, dos de los gritos más habituales de los derviches)


El Tratado de la Unidad de Ibn’ Arabî se explaya sobre este aspecto, afirmando que la Unicidad y la Singularidad son los únicos velos de Allâ:


Ibn' Arabî

"Porque Él es el Primero y el Último, lo Exterior y lo Interior.

Él aparece en Su unidad y se esconde en Su singularidad.”


Que es el Único Sujeto se deduce de quesólo Él existe y no puede dejar de existir puesto que jamás vino a la existencia”. Por consiguiente, la propia existencia de otro sujeto es ilusoria:Tu no puedes cesar de ser, porque no eres. Tú eres Él y Él es tú, sin ninguna dependencia o casualidad”…  Pero si conoces el ti-mismo, es decir, si puedes concebir que no existes y que, por tanto, no puedes extinguirte jamás, entonces conoces a Allâh. En otro caso, no”.


El vedanta advaita también afirma la unicidad de la Divinidad. Las palabras de Sankaracharia recuerdan mucho a las de Ibn’ Arabî; Aquello que lo impregna todo, que nada lo trasciende y que, al igual que el espacio universal que nos rodea, lo llena todo por completo, por dentro y por fuera, ese Brahman Supremo y no dual: eso eres tú.” 


En Cábala, la primera manifestación del Ein Sof es el punto, y éste corresponde a la sefirá de Kether, cuyo significado: “Corona”, remite tanto a la máxima realeza: sólo Dios posee la corona, como a un vacío,  vacío que permite que el flujo de la Luz del Ein Sof llegue a nosotros. Pero para recibir esta Luz en su plenitud hemos de vaciarnos de nuestra subjetividad, porque no puedo conocer nada si yo soy algo. Sólo “Cuando te extingues, Le conoces”, como escribe Ibn’ Arabî en su Tratado de la Unidad. En el Árbol de la Vida la barrera del Abismo solo puede cruzarse cuando el yo (Aní אני ) se convierte en nada (Ain אין)




La sefirá de Daat, "El Conocimiento", se encuentra sobre la barrera del Abismo, ya que para conocer se requiere un sujeto conocedor y un objeto a conocer. Cruzar esta barrera significa superar esa dualidad.

Sufismo, Vedanta advaíta y Cábala coinciden en la Unidad de la Divinidad. Pero ¿qué caracteriza principalmente a dicha Divinidad? El ser intemporal.

Aquello que reside en todos los seres y que a su vez está en todos los seres, que da la gracia a todos, que es el Alma Suprema del universo y el ser ilimitado: yo soy Eso” (Amritbindu Upanishad).

El ser intemporal es la fuente tanto de la vida como de la consciencia. Nisargadatta Maharaj lo expresa así: “El Noumeno, Eso que Es, solo puede Ser, y solo puede Ser Ahora. A falta de espacio y tiempo conceptual no puede haber absolutamente ningún dónde ni cuándo para que ninguna cosa sea”. 


El nombre divino de la primera sefirá, Kether, es אַהּיּהּ , Ehieh  "El Que Es".  אהיה אשר אהיה  “Yo Soy el que Soy” (Ehieh asher ehieh) fue la presentación a Moisés en la zarza que no se consume, símbolo de la indestructibilidad del Espíritu


Y el Nombre Divino, יהוה el Tetragrama impronunciable, al que los judíos se refieren como “Ha Shem” (literalmente, El Nombre), y los cristianos llaman Yavéh, no existe como palabra corriente, sino que es construída a partir del presente del verbo ser: הוה  (Havéh)  y el prefijo י que indica la tercera persona del futuro, indicando el ser que es ahora y continúa siendo en el futuro. Es interesante observar como en el judaísmo Dios no sólo no puede representarse con imagen alguna, sino que su nombre más sagrado tampoco puede pronunciarse. Y es que sería encerrar lo ilimitado e intemporal en símbolos y palabras, lo cosificaría, abriendo paso a la idolatría. Después de todo, el Tetragrama no es sino el despliegue de los 4 Niveles de Manifestación del Ein Sof, a partir de sus cuatro letras (Yud, Hei, Vav, Hei).

 

Esta cualidad de “seidad” es lo que más aprecia el hombre sobre todas las cosas, pues sin ella, sin la presencia consciente aquí y ahora, no hay universo, no hay Dios. 

Ese ser intemporal es tanto la fuente de la vida como de la consciencia. En términos de tiempo, espacio y causalidad es todopoderoso siendo la causa incausada, todo-penetrante y eterna, en el sentido de no tener principio ni fin y estar siempre presente. Al ser incausado, es libre. Siendo todo-penetrante todo lo sabe. Al ser indiviso, es feliz. Vive, ama y se divierte eternamente, formando y reformando el universo. Todo hombre lo tiene, todo hombre lo es. Pero no todos se conocen a sí mismos tal y como son, y por ello se identifican con el nombre y la forma de sus cuerpos y con el contenido de sus consciencias”. (Yo soy Eso, Conversaciones con Nisargadatta Maharaj)


Nuestra relación con la Divinidad.

La relación con la Divinidad ha pasado por diversas fases en la historia de la humanidad. Los pueblos mal llamados “primitivos” viven una conexión poderosa con la Fuente, que en su caso está estrechamente ligada a la naturaleza. No olvidemos que, para la Cábala, la naturaleza como manifestación es el Principio Femenino de la Divinidad, conocida como Shekiná. El paso del Paleolítico al Neolítico supone probablemente un paso de la organización matriarcal a la patriarcal. Aparecen entonces los dioses uránicos, es decir; celestes. Y la relación se hace entonces más lejana, como muestra una plegaria de las tribus fangs de África ecuatorial: “Nzame (Dios) está arriba, el hombre está abajo. Dios es Dios, el hombre es el hombre. Cada uno en su casa, cada uno en su morada”. Sólo se acuerdan de este Dios cuando truena, y no suelen ofrecerle culto ni tienen una relación con él como con, por ejemplo, los espíritus de sus antepasados. El conjunto cielo-creador-soberano-universal es común a muchas civilizaciones, y siempre con ese tinte de lejanía y, a su vez, de omnipresencia. Los mongoles creían que Tengri (el cielo) lo ve todo, y al hacer un juramento proclamaban: “¡Qué el cielo lo vea!”. 


La relación con la divinidad es muy distinta si, en vez de verla como algo lejano y externo a uno mismo, la vemos como algo íntimo e inefable, que nada tiene que ver con el pensamiento, y sí con una Presencia que sentimos tanto dentro como fuera de nosotros. Ver a Dios de un determinado modo es un error. “Tenéis la idea de que Dios solo se muestra de una única manera. Esa es una idea muy peligrosa.  Eso os impide ver a Dios en todas partes. Si crees que a Dios se le ve y se le oye sólo de una manera, Me mirarás sin verme día y noche. Te pasarás toda la vida buscando a Dios y no le encontrarás; precisamente porque estarás buscando a alguien”. (Conversaciones con Dios I)

Y cuando la relación deja de ser dual, entonces sólo puede quedar Uno, concluyendo en una auténtica transformación en Eso, ya que en el más alto nivel del alma no puede existir sino la Unidad. Ese es el estado llamado Amor, no un sentimiento, sino un estado del ser en el que no existe la dualidad. El Amor es la experiencia de Dios.

El místico San Juan de la Cruz lo expresa maravillosamente en su Noche oscura del alma:



“¡Oh noche que guiaste!

 ¡Oh noche amable, más que el alborada!

 ¡Oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en Amado transformada!”.

 





viernes, 7 de febrero de 2020

Equilibrio y desequilibrio en el Arbol de la Vida

El Arbol de la Vida como diagrama esencial de la Cábala representa al mismo tiempo el Macrocosmos y el Microcosmos, al Universo y su génesis como Macrocosmos y al hombre como Microcosmos. El equilibrio o desequilibrio en el Arbol tiene relación, tanto en un caso como en otro, con el juego dialéctico de dar-recibir. Existe un paralelismo entre ambos en este aspecto básico: siempre el aspecto receptivo tiene que poder recibir las energías que le llegan del aspecto dador. Y podemos identificar ambos aspectos con lo masculino y lo femenino, no en absoluto desde el punto de vista de género, sino como lo dador (masculino) y lo receptivo (femenino).


Tomemos el ejemplo de lo que sucedió según Isaac Luria en la creación del universo, cuyo principio fue el TzimTzum זּוּם זּוּם  o retracción del Ein Sof a fin de crear un espacio vacío en el que puedan desarrollarse otros mundos. Estos mundos se crearán a partir de la Luz Infinita (Or), simbolizada por el Kav o Rayo Relampagueante que penetrará en ese vacío y necesitará de receptáculos (Cli) para contenerlo y dar lugar a cada dimensión o sefirá. Pues bien, en un primer intento, el llamado TzimTzum Aleph, los recipientes no pudieron contener esta Luz del Kav y se produjo la llamada "rotura de los recipientes" (shevirat-ha-kelim). Los pedazos rotos de esta fractura cósmica atraparon la luz divina, que quedó encerrada en los Cliphot, como “cara oscura” de las sefirot. Hubo claro está un segundo intento, pues si no no estaríamos aquí, el llamado TzimTzum Beth, cuyo éxito se basó en la restricción de la Luz que el Kav iba dejando en los recipientes que darían lugar a las sefirot a fin de que pudieran contenerla, evitando un choque frontal mediante un flujo progresivo de esa Luz. Todo ello nos muestra como el desequilibrio se produce cuando el aspecto receptor (las sefirot) no puede contener al aspecto dador (la Luz Infinita del Ein Sof), y como la restricción o, por decirlo de algún modo, rechazo de parte de la energía de esa Luz, es fundamental para que no se produzca el desequilibrio. 

El primer mundo que recibe la Luz del Infinito (Ein Sof) se denomina Adam Kadmon el Hombre Primordial, la forma arquetípica que permea el universo, equivalente al Purusha de los Vedas.  Adam Kadmon es el aspecto anterior a la polaridad masculino-femenina, ni siquiera todavía en potencia, pues solo hay distintas frecuencias de luz (Orot). A este primer mundo anterior a la manifestación de la dualidad le sigue Atziluth. El universo de Atziluth es ese espacio de transición entre lo infinito y lo finito, es la configuración la las Orot (energías) que se dividen lentamente en aspectos dadores o masculinos (Or) y aspectos receptivos o femeninos (Cli). Y el resultado de esta división de energías es la primera manifestación de la dualidad en el universo, el juego del Yin-Yang como aspectos opuestos pero complementarios. Y podemos ver en el famoso diagrama taoísta que los representa como ambos aspectos contienen una parte del otro, lo que supone que ambos toman conciencia del otro dentro de sí mismos. La polarización de la energía se representa en el Arbol de la Vida como los pilares laterales, el derecho de color blanco como el aspecto Yang y el izquierdo de color negro como el aspecto Yin. Y las sefirot que las representan son Abba (Padre), Jokmáh, e Imma (Madre), Bináh, que junto con Kether forman el Arik Jampin o Gran Rostro. Estas sefirot no fueron afectadas por la reconfiguración del TzimTzum Beth


El despliegue de la información de Atziluth da lugar a los niveles de manifestación de Briáh, Yetziráh y Assiáh. Briáh como universo creado pertenece a Imma, mientras que Abba representa todo el potencial de Atziluth. Yetziráh configura el llamado Zeir Ampin (Rostro Menor) formado por las 6 sefirot de Jesed, Guevuráh, Tiferet, Netzaj, Hod y Yesod como dimensiones del mundo psíquico, mientras que Assiah da lugar al mundo físico de Malkut. Estos tres mundos se corresponden con los niveles del alma conocidos como Neshamáh (Briáh), Ruaj (Yetziráh) y Nefesh (Assiáh).


Partzufim o Rostros

Siguiendo con el aspecto de polarización de la energía en el Arbol tenemos tres tipos de sefirot:
Sefirot masculinas o expansivas: Se alinean en el Pilar Derecho y son: Jokmáh, Jesed y Netzaj.
Sefirot femeninas o receptivas: Se alinean en el Pilar Izquierdo y son: Bináh, Guevuráh y Hod.
Sefirot centrales: Se alinean en el Pilar Central y representan la conjunción de las sefirot masculinas y femeninas. Es el caso de Daat, Tiferet y Yesod. Kether es anterior a la polarización yin-yang y Malkut es la sefirot que recoge la energía de todas las anteriores.

Las sefirot se configuran en ejes dentro del Arbol de la Vida que serían los siguientes:


Ejes Horizontales:
Eje Jokmah-Binah: Polaridad Yin-Yang, Pasado-Futuro, Espacio-Tiempo, Energía-Materia.
Eje Jesed-Gevurah: Polaridad Bien-Mal, Expansión-Restricción.
Eje  Hod-Netzaj: Polaridad aspecto mental-aspecto emocional.
Ejes Verticales:
Eje Kether-Malkuth: Cielo-Tierra, Espíritu-Materia.
Eje Tiferet-Yesod: Individualidad-Personalidad, Yo Superior- Ego.


A su vez estas sefirot se configuran en Triadas en las que se manifestará la dialéctica entre aquellas opuestas. Nos centraremos en las Triadas Estructurales, que son las que se alinean en el Pilar Central o del Equilibrio. El resultado de la dinámica entre sefirot masculinas y femeninas dentro de su eje determina el equilibrio o desequilibrio de la sefirot resultante, así Daat resulta de la conjunción de Jokmáh y Bináh, Tiferet de la conjunción de Jesed y Guevuráh y Yesod de la conjunción de Netzaj y Hod. Malkut sería el resultado de esas sefirot alineadas en el Pilar Central.
Naturalmente no puede existir un equilibrio perfecto, pues en ese caso no habría dinámica alguna en el Arbol y eso es imposible, pues como representación del hombre siempre se manifestará algún aspecto imperfecto, ya que el ser humano como tal no es perfecto y de un modo u otro siempre “peca”, es decir; comete errores. Sin embargo esto no es óbice para que conozcamos y hagamos la corrección pertinente en aquellas dimensiones que muestran desequilibrio. Y por lo general éste se debe a un exceso o defecto de lo que representa la sefirot, que en síntesis sería un mal funcionamiento del dar-recibir como aspectos duales del juego yin-yang. Y en esta dinámica es preciso que el aspecto receptor (Cli) sea mayor que el aspecto dador (Or), es decir; el recipiente tiene que poder contener la energía que le llega para no romperse. En todo caso un cierto grado de desequilibrio es esencial pues representa el potencial para evolucionar.


Equilibrio del eje Jokmáh-Bináh

Triada de las Raíces
Para entender esta dinámica podemos imaginar que Jokmáh es la luz y Bináh la bombilla gracias a la cual podemos verla. Jokmáh es la sefirá que recibe la información del nivel más alto del alma, la Sabiduría que se recibe de modo intuitivo y directo proveniente de la Fuente del Absoluto, Kether. En el ser humano está representada por el hemisferio derecho, que es el holístico e intuitivo. La información que viene de Jokmáh proviene del nivel más alto del alma: Yejidáh, pero no es accesible mientras no tengamos abierto el cli de la conciencia. El hombre anhelante de luz siempre ha buscado conectar con este nivel, incluso mediante medios químicos. Sin embargo éstos abren la conciencia pero si no se integra la información recibida se producirá un desequilibrio que puede llevar a la locura. No en vano el Sendero de El Loco une las sefirot de Kether y Jokmáh. Para integrar esta información que Jokmáh transmite se necesita a Bináh. Esta sefirá actua como cli o receptáculo y lo hace estructurando dicha información mediante la limitación o restricción de esa energía para dar forma a nuevos contenidos. Esta elaboración puede compararse con una gestación, y como sabemos dicha gestación requiere una nueva dimensión: el tiempo. Bináh está representada por el hemisferio izquierdo, el secuencial y racional. El nombre de la sefirá: Entendimiento o Inteligencia, aclara perfectamente su función, pues sin estos atributos no es posible integrar la información recibida. Evidentemente a mayor inteligencia mayor cantidad de información se puede aprehender.


El desequilibrio en este eje se produce cuando Satán introduce un elemento que distorsiona a cualquiera de las sefirot. Entendamos aquí que Satán, como adversario del hombre, tiene una función concreta: dividir para que el hombre aprenda a unir. En Jokmáh Satán opera como Lucifer, te liquida por la luz, te ciega. Es la soberbia espiritual del que cree que ha alcanzado la iluminación y en realidad cae en la oscuridad por la luz, se ciega. En Bináh en cambio el personaje sería Lilith, mujer creada como pareja de Adán pero desechada por querer copular sobre él. ¿Qué nos dice esto? Que se pone la razón por encima de la intuición, y la razón no es un aspecto dador, sino estructurador. De modo que Lilith nos muestra una mente hiperracional y controladora que rechaza la información intuitiva. Aquí la soberbia radica en creer que la inteligencia humana lo es todo. Y la información que no se amolda a las rígidas estructuras mentales es desechada sin más. ¿A qué nos recuerda esto? Al dogmatismo de la ciencia que desprecia todo aquello que escapa a su control. El personaje de Eva representa en cambio a la razón que acepta los contenidos de la intuición (Adán), y cuya cópula da fruto: Daat, el Conocimiento. Un conocimiento que, en el momento en que se produce, debe desaparecer como entidad fija, hasta ser completado o sustituido por otro conocimiento nuevo. Por eso Daat no es una dimensión como las otras y se conoce como la no sefirá

La perfecta conjunción entre Jokmáh y Bináh se da cuando los dos hemisferios se integran totalmente. Si esto sucede la Luz baja directamente a través del vacío de Kether (Corona) y se produce la Iluminación. El sendero que une ambas sefirot se conoce como Viga de la Espiritualidad, y su arcano correspondiente es el número 3, La Emperatriz, que representa la integración de los opuestos. Las tres sefirot implicadas configuran la Triada de las Raíces, llamada así porque el Arbol de la Vida tiene sus raíces en el Cielo y su fruto, Malkut, en la Tierra.




Equilibrio del eje Jesed-Guevuráh
Triada de la Ética
El eje ético del Arbol de la Vida representa la necesidad de equilibrar la dimensión expansiva representada por Jesed con la dimensión restrictiva de Guevuráh. La sefirá de Jesed, que representa el amor y la misericordia, y metafóricamente se conoce como la mano derecha de Dios, el arquetipo de la Bondad suprema, concentra todas las modalidades de dar como manifestación de un sentimiento de abundancia que necesita expandirse. La hospitalidad, el humanitarismo, la generosidad, el dar sin pretender recibir nada a cambio, todas esas conductas que distinguen a un hombre bueno y que son sin duda admirables pueden llevar a un extremo si no se les pone límites, función que realiza Guevuráh con su aspecto restrictivo, poniendo coto a los excesos del buenismo que lleva con frecuencia a actuar a favor de otros pero en perjuicio de uno mismo. La necesidad de ser asertivo requiere decir que no a muchas demandas, de lo contrario somos utilizados en perjuicio no solo nuestro sino también de los que se aprovechan de nosotros. Dar de modo ilimitado a un receptor egoísta nos deja sin energía. Un ejemplo muy actual de la necesidad de poner límites es la educación que se está dando a los niños. Como los padres sufrieron un exceso de autoritarismo ahora se pasa al extremo contrario y los niños no reciben una corrección adecuada a sus actos, con lo que se convierten en pequeños tiranos. En Guevuráh está la disciplina, necesaria para cualquier actividad. Otro ejemplo sería la nutrición, un exceso de la expansión de Jesed llevaría a la glotonería, e incluso a la bulimia, y lógicamente será Guevuráh quien ponga los límites, que si son excesivos llevarían al extremo opuesto: la anorexia.

Para que se dé un equilibrio en este eje es preciso que el elemento dador (Jesed) pueda ser contenido, es decir; limitado, por el aspecto receptor (Guevuráh). En el Arbol de la Vida el sendero que une estas dos sefirot es conocido como Viga de la Individualidad, pues separa el aspecto personal en el Arbol del aspecto transpersonal, y corresponde al arcano de La Justicia, cuya misión es precisamente equilibrar ambos aspectos. Un ejemplo de ésto es el sistema inmunológico (Guevuráh) haciéndose cargo del crecimiento excesivo (Jesed) de las células que pueden derivar en un tumor.

El equilibrio entre Jesed y Guevuráh se manifiesta en Tiferet, cuyo significado: Belleza, Armonía, apunta a las cualidades que resultan de este equilibrio. En el centro del Arbol de la Vida, en Tiferet confluyen influencias de todas las sefirot, 8 de ellas conectadas directamente por los Senderos Subjetivos y la de Malkut de modo indirecto a través de Yesod. Las tres sefirot implicadas: Jesed, Guevuráh y Tiferet configuran la Triada de la Etica


 Equilibrio del eje Netzaj-Hod

Triada de la Inserción en el Mundo
Las anteriores sefirot citadas se encuentran más allá de la forma, en el plano transpersonal, a excepción de Tiferet, el centro de la Individualidad, que conecta ambos planos y se erige, o debería erigirse, en el director de orquesta del plano inferior, constituído por la Triada de la Inserción en el Mundo y cuyo centro es la sefirá de Yesod, la Personalidad. Aquí el eje se encuentra entre Netzaj y Hod, es decir; entre la dimensión emocional y la dimensión mental. En Netzaj comienza propiamente la manifestación de la multiplicidad, con una serie de energías que constituyen el combustible para la acción. Estas energías, las “Huestes”, que encontramos en el nombre divino de la sefirá: Eterno de las Huestes, son de naturaleza emocional y pasional, e incluso más concretamente sexual, entendiendo este término no como lo exclusivamente genital sino en un sentido más amplio como lo que Freud denominaba Libido. Es evidente que Netzaj es una sefirá expansiva, es decir; dadora, mientras que la sefirá receptora del eje es naturalmente Hod, la mente concreta. El aspecto restrictivo que ha de jugar Hod es esencial para que no se desborden las energías pasionales, y no hace falta comentar cual es el resultado si fracasa el pensamiento racional poniendo orden en las imperiosas energías con que cuenta la libido, y lo cierto es que a menudo, y la mayoría lo sabemos por experiencia, el “dique se rompe” y arrasa con todo. Un buen equilibrio en este eje permite que Hod pueda concretar los deseos expresados por Netzaj haciendo uso de eso que comúnmente se llama sentido común, y que es bastante poco común por requerir de una buena dosis de inteligencia. Este juego mental-emocional es recogido por la sefirá de Yesod, el centro de la Personalidad, el ego. La dialéctica psicoanalítica entre Ello (Netzaj), Superyó (Hod) y Yo (Yesod) es válida para explicar este eje en el que, naturalmente, el ego de Yesod ha de conciliar ambas exigencias. 

Pensamientos y emociones se retroalimentan y se comunican a través de la llamada Viga de la Personalidad, el Sendero XVI que corresponde al arcano del Tarot denominado La Torre. Recordemos que la palabra persona viene del latín “per sonare”, para sonar, en referencia a la máscara que se ponía el actor para representar su personaje y que también le permitía proyectar la voz en la representación. El arcano de La Torre nos muestra la destrucción de nuestra identificación con el personaje en momentos de graves crisis. Los personajes que caen representan a Netzaj (emociones) y Hod (pensamientos), el soporte de nuestra personalidad. Estas crisis, a veces muy duras, nos dan la oportunidad para un crecimiento evolutivo que nos permita poner nuestro centro en Tiferet en vez de en Yesod. Subrayando, eso sí, que no se trata de destruir el ego, sino de destruir nuestra identificación con ese ego que, junto con el cuerpo físico (sagrado como indica el nombre del arcano: La Maison Dieu) constituyen el vehículo transitorio con el que actuamos en el mundo físico de Malkut.

Ejes Verticales:
Equilibrio del Eje Kether-Malkut: Cielo-Tierra, Espíritu-Materia.

En el Pilar Central del Arbol este eje muestra los dos polos clásicos que representan las direcciones de Arriba (Cénit) y Abajo (Nadir), comúnmente denominados Cielo y Tierra, el Axis Mundi de muchas tradiciones. En el Arbol de la Vida se corresponden a las sefirot de Kether y Malkut. Recordemos que las raíces de este Arbol están en el Cielo, siendo el fruto la sefirá de Malkut, la tierra en el sentido amplio del mundo material. Existe aquí una evidente polaridad de género, siendo el cielo el polo masculino y la tierra el femenino, y por tanto; el dador es el cielo y la receptora la tierra. Y en la Cábala se los conoce como El Rey y La Reina, o El Rey y La Novia. Malkut es la morada de la Shekináh, la presencia divina en el mundo material, el aspecto femenino de Dios ya que el mundo material, desde las galaxias a las partículas subatómicas, recibe el Espíritu de Kether. “Es a través del aspecto femenino de Dios que los treinta y dos senderos se revelan a los justos. Los Tzadik-justos ascienden el sendero desde el Reino de Malkut (en el árbol Yetzirático es el lugar en el que mora la Shekinah o Presencia Divina), a través de Yesod-Fundamento hasta Tiferet-Belleza nos dice Ibn Gabirol. Este movimiento ascendente de Malkut a Kether se hace a través del llamado Sendero de la Flecha, que transcurre en el Pilar Central del Arbol pasando por las sefirot de Yesod, Tiferet y Daat, y trascendiendo las tres barreras que se asocian a estas sefirot: Queset, el Arco Iris (Yesod), Parojet, el Velo del Templo (Tiferet) y Teham, el Abismo (Daat). Este camino directo es el Sendero de la Iluminación, y las barreras son las tres pruebas fundamentales para llegar al Origen: trascender el Ego (Yesod), trascender la propia Individualidad (Tiferet) y trascender la dualidad básica sujeto-objeto (Daat). Pero siendo la gran metáfora evolutiva de la Cábala el ascenso del alma por el Arbol de la Vida, existe otro modo de llegar de Malkut a Kether que es recorriendo todos los senderos y accediendo a todas las sefirot. Este camino es el que representa Najushtan, la serpiente del Arbol que sube rodeando cada sefirá e integrando todo lo que ésta representa. Ambos caminos evolutivos contribuyen al Tikún Olam, el plan espiritual de evolución del mundo. 
La ruptura del equilibrio en este eje se manifiesta en la desconexión con la Fuente, Kether, de forma que lo que el Espíritu da en abundancia el mundo material de Malkut no lo recibe, merced a esta desconexión que no es sino el olvido de su Origen. El paradigma materialista en el que vivimos actualmente es un ejemplo de este desequilibrio en el que Dios es sustituído por el azar, y se vive únicamente dentro de la Triada de la Inserción en el Mundo, cuyo centro es Yesod, el Ego. Es la Edad de Hierro de la tradición, el Kali Yuga del hinduismo, el punto de mayor exilio del Espíritu.


Equilibrio del Eje Tiferet-Yesod: Individualidad-Personalidad, Yo Superior- Ego
También en el Pilar Central, y formando parte del Sendero de la Flecha, este eje interno comunica la sefirá central de Tiferet, como centro de la Individualidad, dentro de la dimensión mental de Briah, con la sefirá de Yesod, centro de la Personalidad, en la dimensión psíquica de Yetziráh. Para ilustrar la relación entre estas dos sefirot podemos referirnos a los astros asociados a cada una de ellas: el Sol para Tiferet y la Luna para Yesod. Evidentemente el sol juega un papel activo dando su luz, que la luna recibe y refleja iluminando la propia tierra, Malkut. Y del mismo modo que la luna es cambiante y por ello solo puede reflejar la luz al máximo en su fase de luna llena, Yesod, el ego, solo puede recibir la influencia de Tiferet cuando está alineado adecuadamente con ella. Y para ello lo primero es que el ego sepa que, al igual que la luna, carece de luz propia, y que tan solo puede reflejar la que le llega de un plano superior, dónde reside su verdadera  identidad, ese Centro al que todas las tradiciones espirituales se refieren, el Ser, el Yo Superior, el Sí Mismo etc. La receptividad de Yesod depende de este conocimiento, y a mayor receptividad mayor luz se puede recibir, la conexión será más fuerte y podremos oír esa voz interior que es nuestra guía. El desequilibrio surge cuando nos identificamos con  la personalidad, Yesod,  ignorando la dimensión superior de Tiferet. El ego, que como la luna no tiene luz propia y sólo puede reflejar la ajena, se convierte en señor de la casa, y toda la dimensión transpersonal del Arbol de la Vida permanece ignorada, quedando exiliados en la Triadade Inserción en el Mundo.

El Sendero que une a Tiferet con Yesod es el XIV, LaTemplanza, en la que vemos a un ángel mezclando el contenido de dos vasijas. El acto nos sugiere el modo en que un líquido se templa, mezclando lo frío con lo caliente, es decir; el líquido, las emociones, deben templarse si se quiere aspirar a un plano superior, el plano mental, sugerido por las alas del ángel, que nos remiten al elemento aire. Para acceder a Tiferet se requiere no solo una disposición receptiva, sino también un temple de acero, tal y como las espadas que portaban los templarios, llamados así por residir en el Templo de Salomón. En nuestro templo de Tiferet podremos comunicarnos con el Altísimo, Kether, y conocer lo que significa esa frase del Maestro: “El Padre y Yo somos Uno”.
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No olvidar que el equilibrio a lograr en cada eje del Arbol de la Vida no es un equilibrio estático, algo que sería inmovilista y no permitiría ninguna evolución. El verdadero equilibrio se consigue de un modo similar a montar en bicicleta, corrigiendo a cada momento el desplazamiento a izquierda o a derecha, y procurando no mirar atrás. Y, por supuesto, las caídas forman parte del proceso. Lo único que hay que hacer es levantarse y seguir hacia delante.