domingo, 19 de febrero de 2017

El mal en la Cábala

“Discriminar entre el mal y el bien es el origen del pecado”
(Ramana Maharsi)
“Y Yahvé procedió a tomar al hombre y establecerlo en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara. Y también impuso Yahvé este mandato al hombre: “De todo árbol del jardín puedes comer hasta quedar satisfecho. Pero en cuanto al Arbol del Conocimiento del bien y del mal no debes comer de él, porque en el día que comas de él positivamente morirás.” (Génesis 2:15)

Eva a Adán ofrece el fruto del Arbol del Conocimiento
El relato bíblico nos habla de dos árboles en el paraíso, el Arbol de la Vida, en el centro, y el Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal, cuyo fruto está expresamente prohibido, pues no es posible seguir en el paraíso si perdemos la inocencia de la inconsciencia. Comer del fruto nos “abre los ojos” y nos hace conscientes de nuestra desnudez, es decir, de nuestra fragilidad, fragilidad que debemos esconder. Dios se apercibe del cambio y de nuestra desobediencia y somos expulsados del jardín del Edén a un mundo de dualidad, en el que encarnamos y que incluye, por supuesto, la muerte, pues quien nace debe morir. El conocimiento es pues conocimiento de la dualidad, de la existencia de opuestos, de la pérdida de la Unidad. En el Arbol de la Vida cabalístico la sefirá del Conocimiento, Daat, se representa justo en la barrera del Abismo, la que separa la Triada Divina del resto del Arbol, y como podemos ver las sefirot que hay justo bajo el Abismo son Jesed y Guevuráh, la Misericordia y la Severidad, el Bien y el Mal en suma.



Ahora y con esta conciencia adquirida al comer del fruto no solo vemos y vivimos los opuestos en todo sino que atribuimos a uno de ellos lo bueno y a otro lo malo, separamos y nos separamos en dos principios opuestos y entonces comienza el conflicto entre ambos, una guerra perpetua dónde el otro es el enemigo a abatir. La metáfora constante de la vida es entonces la lucha, siempre la lucha. Y no puede ser de otro modo. Desde una perspectiva no judeocristiana Ramana Maharsi afirma que “Ver el mal en el otro es nuestro propio mal. Discriminar entre el mal y el bien es el origen del pecado. Nuestro propio error se proyecta fuera y, por ignorancia, lo superponemos sobre los demás”. Porque además de asignar lo bueno y lo malo a pares de opuestos, nosotros nos quedamos naturalmente con lo bueno y proyectamos en el otro lo malo.

Es interesante aquí distinguir entre consciencia y conciencia, pues suele utilizarse indistintamente un término u otro sin atender al importantísimo matiz que los distingue. La consciencia que nos promete la serpiente si comemos del fruto hace referencia al conocimiento del sujeto sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea, mientras que la conciencia va más allá, pues se refiere a la facultad de discriminar entre el bien y el mal. Y curiosamente la ese que distingue ambas palabras sería la letra samaj ס que corresponde precisamente al Sendero XV, El Diablo. Incluso el fonema /s/ nos recuerda al sibilar de la serpiente. No nos ha engañado al decir que se abrirían nuestros ojos, pero ha ocultado que tan solo lo harían en parte…


Y este relato de la pérdida de la inocencia se repite en cada ser humano desde su infancia, pues la educación le obliga no solo a respetar unos principios derivados de la sociedad en que vive, sino que le adiestra a sentirse mal cuando los infringe o cuando no está a la altura de lo que se espera de él. Así tenemos a este Pepito Grillo y la mala conciencia que nos produce romper una regla, y a fuerza de errores y de no dar la talla el niño puede acabar creyéndose malo. El error se convierte en pecado y lleva aparejado también un castigo más allá de la muerte. El miedo se hace omnipresente y lo desagradable de esa emoción lleva a reprimir todos los contenidos perturbadores, que pasan a ocupar el sótano del inconsciente. A mayor miedo, mayor grado de inconsciencia, es decir: mayor grado de ignorancia. Este círculo vicioso que se da en mayor o menor medida en los seres humanos fue examinado por Sigmund Freud en su obra El malestar en la cultura, donde se dedica a indagar y dilucidar la naturaleza del sentimiento de culpa, que situa como el problema más importante del desarrollo cultural por su relación con la pulsión de destrucción. Alexander Sutherland Neill, fundador de Summerhill, funda su escuela libre basándose en que “cada niño tiene un dios en él. Nuestros intentos por moldearlo convertirán al dios en un demonio. Y por ello dice que lo primero que hago cuando un niño llega a Summerhill es destruir su conciencia”. 


Carl Gustav Jung
En referencia a todo lo anterior Jung introduce el concepto de la sombra: «La figura de la sombra personifica todo lo que el sujeto no reconoce y lo que, sin embargo, una y otra vez le fuerza, directa o indirectamente, así por ejemplo, rasgos de carácter de valor inferior y demás tendencias irreconciliables». La sombra es, naturalmente, inconsciente, pues comprende todo el material reprimido por el sujeto desde edad temprana por constituir una amenaza a su yo en formación, yo que no puede incluir lo que se considera reprobable y en definitiva “malo”. Y si existe una sombra para el inconsciente personal, también existe una sombra que se corresponde al inconsciente colectivo y que representa el sumum de la maldad, un poderoso arquetipo que el cristianismo ha identificado con el diablo. “La contraposición de lo luminoso y bueno, por un lado, y de lo oscuro y malo, por otro, quedó abandonada abiertamente a su conflicto en cuanto Cristo representa al bien sin más, y el opositor de Cristo, el Diablo, representa el mal. Esta oposición es propiamente el verdadero problema universal, que aún no ha sido resuelto”  (C. G. Jung. Psicología y Alquimia).


Y aquí llegamos al arquetipo del mal por antonomasia, y al que se da nombres como Diablo, Demonio, Satanás o Lucifer, palabras que como veremos señalan en realidad cosas distintas:
Diablo, palabra que deriva del griego διάβολος (diabolós) y cuyo significado es “el que separa”, de modo que la “ocupación” de este ente es separar, dividir, plausiblemente aquello que debe estar unido.
Demonio, palabra que también deriva del griego δαίμων (daimon) que originariamente significaba “espíritu, deidad” y a la que Sócrates se refiere como voz profética dentro de mí, proveniente de un poder superiore inclusoseñal de Dios”, dejando claro que se trataba de algo bueno, que le guiaba de forma conveniente.

Satán, palabra derivada del hebreo שטן que significa “adversario”, “acusador”. Aparece varias veces en el Antiguo Testamento con una función de enemigo del hombre, tal y como puede verse en el libro de Job, dónde pretende probar que su fe no es auténtica y Yahvé le permite causarle toda clase de males menos la muerte: “Y Yahvé dijo a Satanás: He aquí, él está en tu mano; mas guarda su vida”. 
Luzbel o Lucifer Ambos nombres se utilizan como sinónimos, pero evidentemente Luzbel parece tener un origen hebreo (la terminación אל  el” de muchos ángeles) mientras que Lucifer viene del latín (lux "luz" y fero "llevar", "portador de luz", “resplandeciente”). Encontramos una referencia bíblica en Isaías: "¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte" (Isaías 14:12-13). El pasaje hace referencia al rey de Babilonia al que se identifica con Venus, la estrella de la mañana, pues en su tradición el rey es hijo de Ishtar, diosa del amor y la belleza asociada con Venus. Más concreta es la referencia de Ezequiel en las endechas dedicadas al rey de Tiro: “Tú, querubín protector de alas desplegadas, yo te puse allí. Estabas en el santo monte de Dios, andabas en medio de las piedras de fuego. Perfecto eras en tus caminos desde el día que fuiste creado hasta que la iniquidad se halló en ti. A causa de la abundancia de tu comercio te llenaste de violencia, y pecaste; yo, pues, te he expulsado por profano del monte de Dios, y te he eliminado, querubín protector, de en medio de las piedras de fuego”. (Ezequiel 28:12-16).

Estos dos pasajes son el origen del mito del ángel caído, y ambos hacen referencia a reyes aborrecidos por los hebreos, condenando los profetas sus pecados: la soberbia (Subiré al cielo…) o la codicia (A causa de la abundancia de tu comercio te llenaste de violencia…). En el primero se habla de Venus y en el segundo de un Querubín, de ahí que se identifique a Lucifer con Venus y con un ángel (querubín).

Angel Caído (Retiro)
Posteriormente el Cristianismo va a utilizar todos estos términos para referirse al mismo espíritu del mal, que era primero un ángel, Lucifer, antes de su caída, convirtiéndose entonces en en Satán, el adversario del hombre. Los términos diablo y demonio también se utilizarán haciendo referencia a su naturaleza espiritual (demonio) y a su facultad de sembrar discordia (diablo). La batalla entre el Bien y el Mal se relata en el Apocalipsis, dónde aparece también la asociación de Satán con la Serpiente Antigua: "En ese momento empezó una batalla en el Cielo: Miguel y sus Angeles combatieron contra el Monstruo. El Monstruo se defendía apoyado por sus ángeles, pero no pudieron resistir, y ya no hubo lugar para ellos en el Cielo. Echaron, pues, al enorme Monstruo, a la Serpiente antigua, al Diablo o Satanás, como lo llaman, al seductor del mundo entero, lo echaron a la tierra y a sus ángeles con él" (Apocalipsis 12, 7-10)


La batalla entre el Bien y el Mal que se desarrolla como un drama cósmico tiene lugar dentro de nosotros mismos, entre nuestra luz y nuestra sombra, siempre amenazante pues está oculta en el inconsciente. El conflicto interior se refleja en los eventos exteriores, y es evidente que si éste desapareciera también desaparecerían las guerras y todo aquello que desarmoniza la existencia. Pero seguimos creyendo que el mal está fuera y que hay que luchar contra él, hay que terminar con él, eliminarlo de la ecuación, pero así solo conseguimos reforzarlo. Y si nos cuesta reconocer nuestra sombra y la proyectamos fuera o la reprimimos, aún más nos cuesta aceptar nuestra luz, nuestra Divinidad. Nelson Mandela lo expresa maravillosamente en el discurso de toma de posesión como presidente de Sudáfrica titulado Dejar que brille nuestra luz : “…Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta…”. Y la razón no es otra que, si asumimos nuestro poder, tenemos que ser responsables de nuestra vida. 


El hombre de Leonardo como centro del Arbol de la Vida
Tras esta larga introducción veamos como enfoca la Cábala la existencia del mal. El Zohar atribuye la causa primaria del mal al acto de separación. En este acto  de separación lo que estaba unido se volvió dividido, y la separación primaria fue la división del Árbol de la Vida en dos pilares: el Pilar de la Misericordia y el Pilar de la Severidad.  Al comenzar la dualidad en la manifestación se pierde la Unidad original, y este hecho es naturalmente el origen de todos los opuestos, incluyendo eso que llamamos bien y mal. Es importante señalar que la Cábala no habla de creación (Dios crea la totalidad de lo que existe, pero El es aparte de su creación) sino de emanación (Dios se manifiesta en la totalidad de lo que existe, y nada hay fuera de El) tal y como afirma El Zohar: “La divinidad es la totalidad de lo que es y existe, por ello se denomina En Soph, Infinito”.

Y esta emanación que da lugar a toda la manifestación comienza en el TzimTzum y el descenso del Kav o Rayo Relampagueante, que partiendo de Kether “toma tierra” en Malkut en un movimiento de involución que va desde el Espíritu a la Materia llenando los kelim o recipientes, las sefirot, con la Luz Divina. Sin embargo la quinta sefirá, Guevuráh, no pudo contener esa Luz y se produjo lo que se conoce como shebirá, ruptura de los recipientes. Y esto sucede precisamente en el Eje Etico del Arbol de la Vida compuesto por las sefirot de Jesed (Misericordia) y Guevuráh (Severidad). Como consecuencia de este desequilibrio se produce lo que Isaac Luria presenta como el exilio de la Shekináh, la Divinidad en su aspecto femenino cae de Bináh a Malkut y queda prisionera en el mundo de la materia. Luria introduce el concepto de Tikún תקון , literalmente reparación, en la que será el hombre quien coopere para reconstruir la Unidad perdida. Tanto El Zohar como el Cantar de los Cantares hablan del anhelo del Rey por su Novia y del deseado matrimonio de ambos, pues la separación entre el principio masculino y femenino de la Divinidad, entre Espíritu y Materia, entre Cielo y Tierra o, como los hindúes conocen: entre Shiva y Shakti, es el verdadero origen de la existencia del mal.

La shebirá dá lugar a las Qlifot, קליפות, (cáscaras, caparazones), los pedazos rotos de los recipientes cósmicos, que se transformarán en el opuesto complementario de las Sefirot, dando lugar a un Arbol del Mal en el que estas Qlifot representan los aspectos desequilibrados y destructivos de cada sefirá.



Dion Fortune considera que las qlifot no son sino la otra cara de las sefirot, su aspecto negativo, y éste se manifestará si hay un exceso o un defecto de lo que cada sefirá representa, lo que llevaría a un peligroso desequilibrio en el Eje del Arbol en que se encuentran. Consideremos especialmente el Eje Etico (Jesed-Guevuráh), que no en vano representa la polaridad bien-mal, ya que un exceso de Misericordia redundará en una falta de Rigor, y viceversa, y como consecuencia se producirá una falta de armonía que puede derivar en caos.

El Grito (Edvard Munch)
Vemos pues que tras la manifestación del mal existen dos conceptos fundamentales: separación, que da lugar a los opuestos, y desequilibrio, cuando un opuesto predomina en exceso sobre otro o es totalmente rechazado, llevando a una posible ruptura que daría lugar al caos. El conflicto está garantizado en tanto existen estos opuestos y nos polarizamos en uno de ellos, y esto puede verse tanto en lo individual como en lo social, y lo diabólico se manifiesta cuando se produce la ruptura que conlleva esa división;  la esquizofrenia como resultado final de no asumir nuestra sombra e integrarla en el yo, o toda clase de desórdenes y guerras en las que el enemigo pierde su cualidad humana y es demonizado para que podamos destruirlo sin culpa.

La culpa es otro concepto directamente relacionado con el mal, como consecuencia del pecado. Y el pecado primigenio es el pecado original que cometieron nuestros primeros padres al comer del fruto prohibido desobedeciendo la orden divina y que, naturalmente, les conllevó un castigo que no fue sino el encarnar en Assiah, el Mundo de la Acción (Malkut), el mundo de la materia. Y la culpa la hemos heredado todos, que no somos sino pobres pecadores que necesitan redención. ¿No vemos en estas palabras la negación de nuestra naturaleza divina, el rechazo de nuestro aspecto luminoso? He aquí un desequilibrio, pues sin negar que pecamos, es decir; que cometemos errores a veces de bulto, no debemos olvidar jamás de dónde procedemos. La culpa, sentimiento infausto donde los haya, se asocia al perdón, necesaria operación para restablecer la armonía y para vivir en paz. Sobre el perdón hay un estupendo análisis cabalístico de Jaime Villarrubia cuya conclusión es que solo podemos perdonarnos a nosotros mismos. Y esta es condición sine qua non para comenzar el camino de vuelta, la teshuváh.  

La existencia del mal, que se ve generalmente como un problema desde la perspectiva dualista a la que estamos acostumbrados, es realmente una paradoja, y la paradoja se centra en que aunque la multiplicidad y la separación son las causas del mal, son también indispensables para cumplir el propósito del universo. Según la Cábala, este cataclismo cósmico no fue ningún accidente sino que forma parte del diseño mismo, del plan divino. Como un viaje heroico a escala infinita, Dios tuvo que alienarse, que dispersarse y perderse para así convertirse de nuevo, plenamente, en El mismo. Esta visión del “juego divino” la comparten otras tradiciones sagradas, como el hinduismo.


Satán prueba a Job
En consonancia con ello Satán es solo el adversario, no un oponente de Dios, sino una especie de “fiscal” que nos pone a prueba y que nos ayuda a “estar despiertos”, como nos muestra la propia Cábala: la palabra “mal”,רץ (ra) tiene como temurá la palabra “despierto”, ץר (er). Esto puede interpretarse de varias maneras; una de ellas es que el mal puede despertarnos, y es claro que en ocasiones solo sucesos dramáticos nos sacan de nuestra identificación total con el ego y de nuestra inconsciencia, pero también podemos darle la vuelta y considerar que el mal no es sino fruto de la ignorancia, y es preciso estar alerta para no caer en conductas reactivas nacidas de esa parte desconocida de nosotros mismos a la que se conoce como “sombra”. 

Y volviendo al principio, tras la expulsión del Paraíso de Adán y Eva, Yahvé les confecciona unas túnicas de piel (Génesis 3, 21). Los cabalistas creen que antes de la caída  sus cuerpos estaban vestidos de luz. Jaime Villarrubia aplica la guematria y obtiene que Pielעור   =276, y  Luz אור =207. La diferencia nos da 69, valor de יגון (yagón), tristeza, por la añoranza del paraíso perdido. El cuerpo espiritual (de luz) es convertido en un cuerpo material (de piel), que sufre, enferma y finalmente muere. Pero hay un camino que permite recuperar ese cuerpo de luz con el que retornar a casa. La palabra piel tiene por letra incial la ayin ע, (ojo, fuente) con un valor de 70. La fuente se refiere a la fuente interior, la de nuestro origen, donde se encuentra la luz, אור, que hay que recuperar. ¿Cómo? Recorriendo la distancia entre el ojo y la fuente, es decir, hallando la diferencia entre el 207 de luz y el 70 del ojo: 207 — 70 = 137, valor de la palabra קבלה (kabalá), la Cábala.


El retorno a la Fuente recorriendo
 el Camino de los 32 senderos
del Arbol de la Vida