martes, 26 de septiembre de 2017

Cábala y Psicología

El desarrollo es evolución, la evolución es trascendencia, la trascendencia tiene como meta final la Conciencia Superior. (Proyecto Atman – Ken Wilber )

La  palabra Psicología significa literalmente “estudio o tratado del alma”, del griego ψυχή,  psykhé, psique, alma y λογία, logía, tratado, estudio. El verbo griego ψύχω, psycho, significa “aire frío”. A partir de este verbo se forma el sustantivo ψυχή, que alude en un primer momento al soplo, hálito o aliento que exhala al morir el ser humano. Dado que ese aliento permanece en el individuo hasta su muerte, ψυχή pasa a significar la vida. En el momento de la muerte esta psique abandona el cadáver llevando después una existencia autónoma.

El mito de Psique narrado por Apuleyo (El asno de oro) muestra cómo Eros, hijo de Afrodita, se enamora de la hermosa y mortal Psiqué, pero prohibe a ésta conocer su verdadera identidad, y deben amarse en la oscuridad. Pero Psiqué que quiere conocer la identidad de su amado enciende una lámpara para verle, y al caer una gota de aceite sobre él Eros despierta y decepcionado la abandona. Para recuperarlo Psiqué debe enfrentarse a unas pruebas que inluyen su bajada al inframundo y que consigue llevar a cabo con la ayuda de Perséfone. Finalmente Eros la perdona y se casan con el beneplácito de Afrodita, y como regalo de bodas Zeus la hace inmortal.

El concepto actual de Psicología como ciencia se centra en el comportamiento humano y estudia los procesos mentales, las sensaciones, las percepciones y la conducta en relación con el medio ambiente físico y social que lo rodea. Dentro del paradigma materialista, tanto si el enfoque es cognitivo, conductista o psicoanalítico, la Psicología se centra en el estudio del complejo mental-emocional de la personalidad, ignorando la existencia de niveles transcendentes en el ser humano, niveles que sí son considerados en el enfoque de la Psicología Transpersonal. Naturalmente la Cábala, que incluye el nivel espiritual y la existencia del alma, está más cerca de este planteamiento, entendiendo que la mente no es sino una parte del alma, no  la propia identidad del individuo como comúnmente se cree. Y el crecimiento y desarrollo del individuo no termina en el yo personal, sino que continúa hasta alcanzar la Conciencia Superior, tal y como se afirma en El Proyecto Atman, la obra maestra de la Psicología Transpersonal en la que Ken Wilber expone la propia evolución de la conciencia encarnada en busca de Atman, el Ser Infinito.


 Volviendo a la Cábala, recordemos que el alma tiene en realidad 5 niveles de evolución que se relacionan con los diferentes niveles en el Arbol de la Vida:




Correspondencias

יחידה
Yejidáh: Unidad o singularidad. Esfera relacionada en el Arbol de la Vida: Kether

נשמה
Neshamáh: El alma propiamente dicha. Situada en el Arbol de la Vida en torno al Abismo y la No Sefirá Daat

חיה
Jayáh: El principio vital. En el Arbol de la Vida se sitúa en la Triada de la Etica, formada por Jesed, Guevuráh y Tiferet.
רוח
Rúaj: El aliento vital. En el Arbol de la Vida se sitúa en la Triada del Temple de Animo, formada por Hod, Netzaj y Yesod

נפש
Nefesh:El alma vegetativa, correspondiente en el Arbol de la Vida a la sefirá de Malkut.


Estos niveles del alma están presentes en cada uno de los seres humanos, pero no todos están actualizados, sino que depende del grado evolutivo del sujeto en cuestión. En la Cábala se habla de 3 niveles básicos de desarrollo:
Nivel Vegetal: La vida se centra en la supervivencia, la seguridad física y el mantenimiento básico. Este nivel es el primigenio de la humanidad, y en él no se da un desarrollo de la individualidad sino que se comparte una psique colectiva. En la actualidad sigue existiendo este nivel para una considerable parte del género humano, cuya identidad, imbricada en esta psique colectiva, se basa en la “tribu”, es decir; en el diferente pueblo o nación a que pertenece, y en su “alma común” o lo que definen los alemanes como Volksgeist (espíritu del pueblo), que determina unos rasgos comunes para los miembros de ese pueblo o nación, y a cuyo ideal tratan sus miembros de acomodarse, incluyendo la clase a que pertenecen. Todo ello determina el rol social, y así la gente responde en vestido, actitudes y modo de pensar a este rol ya predefinido.

Nivel Animal: A este grupo pertenecen aquellos cuya motivación principal es dominar y sobresalir sobre los demás. La ambición de mejorar se centra en objetivos puramente materiales, pero ya existe, a diferencia del conformismo del nivel vegetal. El desarrollo de la voluntad, necesaria para perseguir los objetivos marcados, es una evidente adquisición, así como el de una psique propia que persigue destacarse saliéndose de la identidad grupal. En el mundo de los negocios o de la política podemos encontrar a estos sujetos, e incluso en el lumpen, aunque también se da en cualquier ocupación, como el arte o la ciencia. A este grupo pertenecen los depredadores sin escrúpulos pero también muchas mentes notables  que han realizado grandes logros para la humanidad.

Nivel Humano: A este nivel pertenecen los sujetos más evolucionados y que han tenido ya muchas vidas, cuya principal motivación no se centra ya en la supervivencia ni el dominio, sino en encontrar el propósito de la existencia, no solo de la suya sino de todo el Universo. Los buscadores de la Verdad podríamos decir. En este nivel se transciende a la persona, con sus condicionantes socioculturales, para actualizar un psiquismo con individualidad propia, tomando de  las experiencias de esta vida y del conocimiento adquirido y recordado todo aquello que intuyen necesitan para cumplir su propósito. Como puede verificarse, hay muchos menos sujetos de este nivel, y entre ellos algunos  logran un desarrollo completo del potencial humano hasta llegar planos transpersonales y a la total realización, convirtiéndose en Maestros para la humanidad. Los que se encuentran en el principio del camino son los llamados discípulos, y la condición común a éstos es siempre el anhelo de transcendencia, la búsqueda de la Tierra Prometida.

El nivel vegetal corresponde a los niveles del alma nefesh y ruaj, el nivel animal además de nefesh y ruaj tendría un embrión de desarrollo de jayah, y el nivel llamado humano integraría todos los anteriores y alcanzaría el nivel de neshamá. El nivel último, yejidáh, sería ya suprahumano y al haber cruzado la barrera del Abismo la separación sujeto-objeto se habría superado alcanzando lo que podríamos llamar Realidad Ultima o Consciencia de Unidad.

En el gráfico tomado de la obra Sepher ha Neshamáh de Jaime Villarrubia podemos ver el paralelismo de los distintos niveles de desarrollo del alma con otros enfoques como los vehículos del Hinduísmo Vedanta, las diferentes mentes estudiadas por Aurobindo, la evolución del Yo desplegada en El Proyecto Atman de Ken Wilber y, finalmente, algunas de las distintas terapias desarrolladas por la Psicología, las cuales ocupan únicamente la zona sombreada, y en mayor o menor grado según su aplicación. La Consciencia de Unidad quedaría fuera de los enfoques psicológicos pues va más allá de la Individualidad y, por tanto, del dualismo, y como puede verse aunque las tradiciones sean muy distintas entre sí todas tienen en común la búsqueda experiencial de la Unidad.



Un recorrido por  diferentes enfoques de la Psicología
Paulov en su laboratorio
El paradigma cientifista que domina actualmente en la Psicología no incluye naturalmente nada que vaya más allá del nivel de la persona y, concretamente, de su conducta y de los procesos cognitivos, ya que no resulta objeto del método científico aquello que no pueda estudiarse en un laboratorio y se ajuste a un exhaustivo control. Es así que el Conductismo, cuyas hipótesis pueden verificarse utilizando ratones, se considere el enfoque más científico que puede ofrecer la Psicología por ser el más objetivo, es decir; por poder llegarse a un consenso absoluto sobre los resultados, ya que no intervendría ningún factor subjetivo. El estudio del aprendizaje a partir del condicionamiento clásico y operante ha tenido y sigue teniendo una enorme importancia y, por supuesto, resulta de gran interés pues es absolutamente funcional. ¿A quién no le suena el experimento del perro de Paulov? Reconocer como el cerebro asocia dos fenómenos distintos (salivar y el sonido de una campanilla) y responde de igual forma es un hallazgo importantísimo, por no hablar del papel del refuerzo o el castigo sobre la obtención o extinción de conductas que nos muestra el condicionamiento operante. Pero en mi opinión la conclusión más importante que se puede sacar de estos experimentos, y que la PNL (Programación Neuro Lingüística) ha desarrollado de modo muy eficaz, es la evidencia de que nuestro cerebro funciona exactamente como lo haría el hardware de un ordenador, ejecutando fielmente los programas que se le ordena ejecutar. El ordenador puede ser más o menos veloz  o tener más o menos memoria, pero su rendimiento estará sobre todo en función del software que se le introduzca, del mismo modo que nuestra genética quizá determine nuestro potencial en cuanto a inteligencia, pero el rendimiento puede ser pésimo si los condicionamientos mentales, determinados por nuestros sistemas de creencias, son como suele ser habitual, un compendio para fabricar siervos que no salgan del nivel vegetal y que sean simplemente funcionales al sistema, en fin; eso que se denomina educastración


Sigmund Freud
Al ampliar el ámbito de estudio a elementos que escapan de la conducta observable, como pueden ser los ya mencionados sistemas de creencias y las respuestas emocionales asociadas a los distintos eventos (y condicionadas por ese software que puede contener virus), aparecen teorías que quedan fuera del ámbito científico (por la estrechez del marco) y entre las que destaca por su notable influencia el enfoque psicoanalítico. El Psicoanálisis creado por Sigmund Freud fue una auténtica revolución en su momento y sin duda contiene hallazgos geniales, siendo el principal de todos ellos el descubrimiento del inconsciente.


Freud estudia el inconsciente individual como contenedor de todo aquello que ha sido reprimido desde la más tierna infancia y que procede de la capa más profunda de la mente, a la que denomina ello o id, y de la que parten las pulsiones más primitivas. En confrontación con este ello el super yo, parte del cual es también inconsciente, representa el “pepito grillo” guardián de las reglas y valores que han de acatarse y que tienen un origen cultural. Ampliando este concepto su discípulo Carl Gustav Jung introduce el inconsciente colectivo en el que habría que situar las vivencias comunes a toda la humanidad y que se transmiten hereditariamente. Todos estos enfoques psicológicos tienen como eje la personalidad y abarcarían hasta el nivel que Ken Wilber llama egoico. Cabalísticamente supondrían un desarrollo que no transciende a la Triada de la Inserción en el Mundo, con el centro en la sefirá de Yesod recibiendo los influjos del mundo emocional (Netzaj) y de la mente concreta (Hod) y con la base física en Malkut. En cuanto a los niveles del alma abarcaría el dominio de Nefesh (que Shimon Halevi identifica con el id de Freud) y Ruaj. Más allá de este complejo cuerpo-mente Jung introduce el concepto de sí mismo y el llamado proceso de individuación para alcanzarlo, y que supondría la realización de la unicidad del individuo mediante la ampliación de la conciencia.

Carl Gustav Jung
“La individuación es tornarse Uno consigo mismo y, al mismo tiempo, con toda la humanidad en la que también nos incluímos” (Jung 1945).
En este proceso sería imprescindible la integración de la sombra, ese “lado oscuro” de nosotros mismos que rechazamos y generalmente proyectamos en los demás.
Uno no se ilumina imaginando figuras de luz sino haciendo consciente  la oscuridad, un procedimiento, no obstante, trabajoso y, por tanto, poco popular”.

Esta concepción de Jung nos acerca cabalísticamente al nivel de la sefirá de Tiferet, que es en el Arbol de la Vida el nivel más alto que puede alcanzar la individualidad. Más allá y atravesado el Velo del Templo nos encontramos con el ámbito transpersonal.
En la década de 1960 surge una nueva visión con la Psicología Humanista (Maslow, Rogers, Frankl y otros). Considerando que el ser humano tiene un potencial que va más allá de la personalidad manifiesta, este enfoque se centra en ayudar al mayor despliegue de la persona, incluyendo en ello su búsqueda de un sentido trascendente en relación a la realidad y a su propia vida. Por otra parte el advenimiento de conocimientos desde Oriente (meditación, yoga, zen etc) ampliaron el paradigma de la Psicología incorporando el aspecto espiritual del ser. Así nace la Psicología Transpersonal, superando la creencia de que el desarrollo psicológico cesa al acceder a la madurez, el enfoque centrado en los estados patológicos del desarrollo y la suposición sobre los estados no ordinarios de conciencia y las experiencias místicas como patologías. Con el estudio del desarrollo humano más allá del ego, la Psicología Transpersonal afirma la posibilidad de totalidad y autotrascendencia.
Ken Wilber
Como principal representante de esta corriente y de la llamada Psicología Integral se encuentra Ken Wilber. Wilber propone un modelo con nueve niveles o estadios básicos del desarrollo de la conciencia (pre-personal o pre-egóico, personal o egóico y transpersonal o trans -egóico) con sus psicopatologías y tratamientos asociados. La obra de Wilber supone una síntesis espléndida de las grandes tradiciones psicológicas, filosóficas y espirituales que constituyen la "Sabiduría Perenne", incluyendo la Cábala. Sus principales obras, La Conciencia sin fronteras y El Proyecto Atman hacen un recorrido completo del desarrollo del ser humano, con la premisa de que todo individuo intuye que su naturaleza esencial es lo infinito y lo eterno, la Totalidad, Atman en suma, y a ella se encamina.  
El enfoque transpersonal transciende la individualidad y abarca los niveles superiores del Arbol de la Vida, hasta la sefirá de Kether, e incluso más allá de la manifestación, hasta el propio En Sof o lo que el budismo mahayana conoce como Sunyata, la vacuidad, la fuente y base de lo manifiesto. Es otro nombre para lo que es sin ningún tipo de nombre la Realidad Suprema.


Etapas de desarrollo y Arbol de la Vida

Tras la breve exposición sobre los enfoques de la Psicología volvemos a la visión propiamente cabalística subrayando la premisa principal: Para la Cábala todo es alma, incluso el cuerpo (nefesh), y la mente es una parte del alma. El alma se encarna con una misión a cumplir (tikkún), de modo que su destino en esta vida está predeterminado y las condiciones que se encuentra para ello son las apropiadas para desenvolver todo el potencial necesario que requiera el cumplimiento de su tikkún. Si tras desencarnarse éste no se ha cumplido habrá más oportunidades, todas las que sean necesarias, para ello existe el Guilgul (reencarnación). Cuando el tikkún se cumple cesa para el alma la necesidad de encarnar pues ha cumplido su misión específica y ha alcanzado el más elevado grado de espiritualidad (Yejidáh).

Tras el parto tienen lugar los llamados “días de sabiduría”, pues el bebé aún conserva una psique adulta y  abandona con frecuencia el pequeño e incómodo vehículo de que dispone, pues la conexión psique-cuerpo aún es muy frágil. Pero la realidad física acaba imponiéndose y todo su conocimiento adulto se “sumerge” en el inconsciente, así como los recuerdos de pasadas vidas. El instinto de supervivencia se impone y la “psique inquilina” se consagra por completo a su primer objetivo que se centrará en la alimentación.
La primera fase es una fase motora-sensorial, y en ella el desarrollo psíquico se relaciona con el conocimiento físico del propio cuerpo y del medio en que se desenvuelve. En esta fase se desarrollan los instintos más arcáicos, dando lugar al id-nefesh (concepto que fusiona el alma vegetativa con el Id freudiano). En esta fase se dá la primera diferenciación básica entre “yo” y “no-yo”, cuando el bebé comprende su dependencia de algo ajeno y que no puede controlar: el pecho de la madre en primer lugar y luego la propia madre. Todo ello se desarrolla en el dominio de una sefirá: Malkut.

La dolorosa impotencia de saberse tan dependiente en su integridad física se resuelve en una etapa de narcisismo que es esencial para el desarrollo, pues formará la imagen yesódica que será la base de la identidad posterior. Entramos pues en el dominio de Yesod en el que aparecerán desde los símbolos más básicos hasta la fantasía más desbordada que se expresará en los cuentos infantiles y en los dibujos. Esta etapa se corresponde con la primera infancia y con la infancia de la humanidad, en la que los hombres veían dioses y espíritus por doquier.

La entrada en la escuela y el periodo en que comienza la educación pone de manifiesto las cualidades analíticas de Hod, pues a los símbolos yesódicos le siguen los conceptos, letras y números y el desarrollo del pensamiento abstracto. La adquisición de habilidades concretas permite a la psique desarrollar la Triada de la Lógica (Hod-Yesod-Malkut). Los juegos se hacen más competitivos y se desarrolla un mayor interés por el mundo exterior.

Este desarrollo revela la progresión en el Arbol, desde la etapa lunar de Yesod hasta la retracción de la sexualidad en Hod, dónde la actividad mercuriana permite el aprendizaje y desarrollo de la mente concreta. 
La entrada en la pubertad marca la fase siguiente, dominada por Netzaj. Comienza el despertar al amor y a las pasiones en paralelo al despertar de la sexualidad. Aparecen fuertes sentimientos hacia amigos y enemigos y los primeros enamoramientos. La Triada de la Iniciativa (Yesod-Netzaj-Malkut) marca un fuerte impulso hacia el futuro, un futuro idealizado pero que pone en juego el potencial de la psique para imaginar objetivos y el desarrollo de la identidad para obtener recursos que permitan conseguirlos, aunque sean solo pequeñas metas como organizar actividades con los amigos.


El Ukuli Bula (salto de las vacas)
Estas fases completan la gran triada vegetal: la Triada de la Inserción en el Mundo (Hod-Netzaj-Yesod), y cuyo pasaje se considera un pasaje al mundo adulto, marcado éste con los llamados “ritos de paso”, ritos por los que el adolescente ingresa como miembro de pleno derecho de su sociedad.
El desarrollo psíquico muy a menudo termina aquí, con la integración de los valores sociales y la adquisición de un papel concreto muy condicionado por el entorno social.



Para aquellos que se ven impulsados más allá de las exigencias convencionales y buscan un mayor acrecentamiento del yo o un conocimiento más completo del mundo que les rodea y de sí mismos el desarrollo continúa en la Triada del Despertar (Hod-Netzaj-Tiferet).
El contacto con Tiferet produce una intensa conciencia del mundo circundante y de sus imperfecciones y un gran anhelo de verdad, centrado en un deseo de encontrarse a sí mismo. El adolescente se ve impulsado por esta demanda interior, pero en su inmadurez pone su atención en Yesod buscando su identidad. Si es ambicioso la fantasía yesódica es ser el número uno y destacar en algún ámbito sobre los demás. Con mucho esfuerzo y las aptitudes apropiadas algunos lo consiguen, otros se conforman con integrarse en puestos menos relevantes y aún algunos se aferran a sus sueños incumplidos y se pierden tanto para sí mismos como para la sociedad. Menos frecuentes son aquellos que perciben que la vida es algo más que crear un hogar o tener éxito y buscan, a menudo sin saber qué, mientras otros ya han avanzado en su integración en la sociedad. Estos outsiders difieren del resto en que reconocen la existencia de una vida interior u otra vida, recordando quizá vagamente que proceden de otro lugar y que están aquí para hacer algo. 

Tras pasar su juventud en la Triada del Despertar la mayoría de la gente retrocede a una posición óptima en las subtriadas inferiores centradas en el ego yesódico. Pero algunos outsiders, intuyendo que existen otras etapas de desarrollo, no retroceden sino que mantienen su conexión con Tiferet buscando establecerse en lo que Jung denominó el Sí Mismo. De entre ellos solo unos pocos conseguirán ir más allá, al ámbito transpersonal de las Triadas superiores, más allá del Bien y del Mal (Jesed Guevuráh), más allá de la dualidad Sujeto y Objeto (Daat y Abismo), más allá del Espacio y el Tiempo (Jokmáh Bináh), para unirse al Absoluto en Kether.


Este viaje del alma lo ejemplifica maravillosamente mi maestro Jaime Villarrubia con la metáfora de la Danza de los Siete Velos, que simbolizan los siete niveles del Arbol de la Vida:



"Tras encarcelar a Juan el Bautista la hija de Herodías, Salomé, baila para Herodes quien, entusiasmado por su danza le concede lo que desee, y ella le pide la cabeza del Bautista. En su singular danza se desvelan siete misterios encerrados en los siete niveles del Arbol de la Vida, que de abajo arriba son:"

1º Nivel: Malkut, el mundo material. Cae la no-verdad de la materia, que no tiene existencia sustancial, pues realmente es un vacío.
2º Nivel: Yesod, el ego y la muerte. El ego no tiene existencia sustancial y la muerte no existe, pues la vida es eterna (sin tiempo).
3ºNivel: Hod-Netzaj, no hay contraposición entre mente y emociones, ambas se retroalimentan y tampoco tienen existencia sustancial. Al caer este velo se accede al subconsciente.
4º Nivel: Tiferet, la Individualidad. Velo muy difícil de arrancar pues la identificación es muy fuerte y las “fronteras” que nos separan del no-yo son a menudo inconscientes. Esta Individualidad no ha de ser eliminada, sino transcendida en un campo superior.
5ºNivel: Jesed-Guevuráh, Bien y Mal, Misericordia y Severidad, Expansión y Contracción.  Lo que consideramos bueno o malo es relativo siempre, a las circunstancias, a la perspectiva con que se juzga, a los valores etc. Expansión y Contracción  no son sino los latidos del universo, que no es una máquina sino que está vivo.
6ºNivel: Daat, la dualidad sujeto-objeto es sumamente difícil de arrancar, pues la Individualidad no ha desaparecido del todo y la dualidad es el principio en que se basa todo el universo manifestado. Si acaba la distinción entre yo y no yo. ¿Qué queda? Queda el Conocimiento, que nos retrotrae a sus gestores: Jokmáh y Bináh
7ºNivel: Jokmáh-Bináh, la ilusión del espacio y del tiempo es el último de los velos en caer. Salomé se muestra ya desnuda, en su espléndida belleza, y nos encontramos…el vacío. Los siete velos desvelados han hecho que quedemos sin cabeza, ראש בלי, (beli rosh), expresión cuyo valor es 543, el mismo valor que el nombre divino de la primera sefirá: Kether: אהיה אשר אהיה (Ehié Asher Ehié), Yo Soy El que Soy. Se explica así la afirmación de Jesús de Nazaret cuando dice: “El hijo del Hombre no tiene dónde posar su cabeza”, pues al ser “Uno con el Padre” su cabeza (sus contenidos mentales) es puro vacío, es de todas partes y de ninguna.


domingo, 19 de febrero de 2017

El mal en la Cábala

“Discriminar entre el mal y el bien es el origen del pecado”
(Ramana Maharsi)
“Y Yahvé procedió a tomar al hombre y establecerlo en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara. Y también impuso Yahvé este mandato al hombre: “De todo árbol del jardín puedes comer hasta quedar satisfecho. Pero en cuanto al Arbol del Conocimiento del bien y del mal no debes comer de él, porque en el día que comas de él positivamente morirás.” (Génesis 2:15)

Eva a Adán ofrece el fruto del Arbol del Conocimiento
El relato bíblico nos habla de dos árboles en el paraíso, el Arbol de la Vida, en el centro, y el Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal, cuyo fruto está expresamente prohibido, pues no es posible seguir en el paraíso si perdemos la inocencia de la inconsciencia. Comer del fruto nos “abre los ojos” y nos hace conscientes de nuestra desnudez, es decir, de nuestra fragilidad, fragilidad que debemos esconder. Dios se apercibe del cambio y de nuestra desobediencia y somos expulsados del jardín del Edén a un mundo de dualidad, en el que encarnamos y que incluye, por supuesto, la muerte, pues quien nace debe morir. El conocimiento es pues conocimiento de la dualidad, de la existencia de opuestos, de la pérdida de la Unidad. En el Arbol de la Vida cabalístico la sefirá del Conocimiento, Daat, se representa justo en la barrera del Abismo, la que separa la Triada Divina del resto del Arbol, y como podemos ver las sefirot que hay justo bajo el Abismo son Jesed y Guevuráh, la Misericordia y la Severidad, el Bien y el Mal en suma.



Ahora y con esta conciencia adquirida al comer del fruto no solo vemos y vivimos los opuestos en todo sino que atribuimos a uno de ellos lo bueno y a otro lo malo, separamos y nos separamos en dos principios opuestos y entonces comienza el conflicto entre ambos, una guerra perpetua dónde el otro es el enemigo a abatir. La metáfora constante de la vida es entonces la lucha, siempre la lucha. Y no puede ser de otro modo. Desde una perspectiva no judeocristiana Ramana Maharsi afirma que “Ver el mal en el otro es nuestro propio mal. Discriminar entre el mal y el bien es el origen del pecado. Nuestro propio error se proyecta fuera y, por ignorancia, lo superponemos sobre los demás”. Porque además de asignar lo bueno y lo malo a pares de opuestos, nosotros nos quedamos naturalmente con lo bueno y proyectamos en el otro lo malo.

Es interesante aquí distinguir entre consciencia y conciencia, pues suele utilizarse indistintamente un término u otro sin atender al importantísimo matiz que los distingue. La consciencia que nos promete la serpiente si comemos del fruto hace referencia al conocimiento del sujeto sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea, mientras que la conciencia va más allá, pues se refiere a la facultad de discriminar entre el bien y el mal. Y curiosamente la ese que distingue ambas palabras sería la letra samaj ס que corresponde precisamente al Sendero XV, El Diablo. Incluso el fonema /s/ nos recuerda al sibilar de la serpiente. No nos ha engañado al decir que se abrirían nuestros ojos, pero ha ocultado que tan solo lo harían en parte…


Y este relato de la pérdida de la inocencia se repite en cada ser humano desde su infancia, pues la educación le obliga no solo a respetar unos principios derivados de la sociedad en que vive, sino que le adiestra a sentirse mal cuando los infringe o cuando no está a la altura de lo que se espera de él. Así tenemos a este Pepito Grillo y la mala conciencia que nos produce romper una regla, y a fuerza de errores y de no dar la talla el niño puede acabar creyéndose malo. El error se convierte en pecado y lleva aparejado también un castigo más allá de la muerte. El miedo se hace omnipresente y lo desagradable de esa emoción lleva a reprimir todos los contenidos perturbadores, que pasan a ocupar el sótano del inconsciente. A mayor miedo, mayor grado de inconsciencia, es decir: mayor grado de ignorancia. Este círculo vicioso que se da en mayor o menor medida en los seres humanos fue examinado por Sigmund Freud en su obra El malestar en la cultura, donde se dedica a indagar y dilucidar la naturaleza del sentimiento de culpa, que situa como el problema más importante del desarrollo cultural por su relación con la pulsión de destrucción. Alexander Sutherland Neill, fundador de Summerhill, funda su escuela libre basándose en que “cada niño tiene un dios en él. Nuestros intentos por moldearlo convertirán al dios en un demonio. Y por ello dice que lo primero que hago cuando un niño llega a Summerhill es destruir su conciencia”. 


Carl Gustav Jung
En referencia a todo lo anterior Jung introduce el concepto de la sombra: «La figura de la sombra personifica todo lo que el sujeto no reconoce y lo que, sin embargo, una y otra vez le fuerza, directa o indirectamente, así por ejemplo, rasgos de carácter de valor inferior y demás tendencias irreconciliables». La sombra es, naturalmente, inconsciente, pues comprende todo el material reprimido por el sujeto desde edad temprana por constituir una amenaza a su yo en formación, yo que no puede incluir lo que se considera reprobable y en definitiva “malo”. Y si existe una sombra para el inconsciente personal, también existe una sombra que se corresponde al inconsciente colectivo y que representa el sumum de la maldad, un poderoso arquetipo que el cristianismo ha identificado con el diablo. “La contraposición de lo luminoso y bueno, por un lado, y de lo oscuro y malo, por otro, quedó abandonada abiertamente a su conflicto en cuanto Cristo representa al bien sin más, y el opositor de Cristo, el Diablo, representa el mal. Esta oposición es propiamente el verdadero problema universal, que aún no ha sido resuelto”  (C. G. Jung. Psicología y Alquimia).


Y aquí llegamos al arquetipo del mal por antonomasia, y al que se da nombres como Diablo, Demonio, Satanás o Lucifer, palabras que como veremos señalan en realidad cosas distintas:
Diablo, palabra que deriva del griego διάβολος (diabolós) y cuyo significado es “el que separa”, de modo que la “ocupación” de este ente es separar, dividir, plausiblemente aquello que debe estar unido.
Demonio, palabra que también deriva del griego δαίμων (daimon) que originariamente significaba “espíritu, deidad” y a la que Sócrates se refiere como voz profética dentro de mí, proveniente de un poder superiore inclusoseñal de Dios”, dejando claro que se trataba de algo bueno, que le guiaba de forma conveniente.

Satán, palabra derivada del hebreo שטן que significa “adversario”, “acusador”. Aparece varias veces en el Antiguo Testamento con una función de enemigo del hombre, tal y como puede verse en el libro de Job, dónde pretende probar que su fe no es auténtica y Yahvé le permite causarle toda clase de males menos la muerte: “Y Yahvé dijo a Satanás: He aquí, él está en tu mano; mas guarda su vida”. 
Luzbel o Lucifer Ambos nombres se utilizan como sinónimos, pero evidentemente Luzbel parece tener un origen hebreo (la terminación אל  el” de muchos ángeles) mientras que Lucifer viene del latín (lux "luz" y fero "llevar", "portador de luz", “resplandeciente”). Encontramos una referencia bíblica en Isaías: "¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte" (Isaías 14:12-13). El pasaje hace referencia al rey de Babilonia al que se identifica con Venus, la estrella de la mañana, pues en su tradición el rey es hijo de Ishtar, diosa del amor y la belleza asociada con Venus. Más concreta es la referencia de Ezequiel en las endechas dedicadas al rey de Tiro: “Tú, querubín protector de alas desplegadas, yo te puse allí. Estabas en el santo monte de Dios, andabas en medio de las piedras de fuego. Perfecto eras en tus caminos desde el día que fuiste creado hasta que la iniquidad se halló en ti. A causa de la abundancia de tu comercio te llenaste de violencia, y pecaste; yo, pues, te he expulsado por profano del monte de Dios, y te he eliminado, querubín protector, de en medio de las piedras de fuego”. (Ezequiel 28:12-16).

Estos dos pasajes son el origen del mito del ángel caído, y ambos hacen referencia a reyes aborrecidos por los hebreos, condenando los profetas sus pecados: la soberbia (Subiré al cielo…) o la codicia (A causa de la abundancia de tu comercio te llenaste de violencia…). En el primero se habla de Venus y en el segundo de un Querubín, de ahí que se identifique a Lucifer con Venus y con un ángel (querubín).

Angel Caído (Retiro)
Posteriormente el Cristianismo va a utilizar todos estos términos para referirse al mismo espíritu del mal, que era primero un ángel, Lucifer, antes de su caída, convirtiéndose entonces en en Satán, el adversario del hombre. Los términos diablo y demonio también se utilizarán haciendo referencia a su naturaleza espiritual (demonio) y a su facultad de sembrar discordia (diablo). La batalla entre el Bien y el Mal se relata en el Apocalipsis, dónde aparece también la asociación de Satán con la Serpiente Antigua: "En ese momento empezó una batalla en el Cielo: Miguel y sus Angeles combatieron contra el Monstruo. El Monstruo se defendía apoyado por sus ángeles, pero no pudieron resistir, y ya no hubo lugar para ellos en el Cielo. Echaron, pues, al enorme Monstruo, a la Serpiente antigua, al Diablo o Satanás, como lo llaman, al seductor del mundo entero, lo echaron a la tierra y a sus ángeles con él" (Apocalipsis 12, 7-10)


La batalla entre el Bien y el Mal que se desarrolla como un drama cósmico tiene lugar dentro de nosotros mismos, entre nuestra luz y nuestra sombra, siempre amenazante pues está oculta en el inconsciente. El conflicto interior se refleja en los eventos exteriores, y es evidente que si éste desapareciera también desaparecerían las guerras y todo aquello que desarmoniza la existencia. Pero seguimos creyendo que el mal está fuera y que hay que luchar contra él, hay que terminar con él, eliminarlo de la ecuación, pero así solo conseguimos reforzarlo. Y si nos cuesta reconocer nuestra sombra y la proyectamos fuera o la reprimimos, aún más nos cuesta aceptar nuestra luz, nuestra Divinidad. Nelson Mandela lo expresa maravillosamente en el discurso de toma de posesión como presidente de Sudáfrica titulado Dejar que brille nuestra luz : “…Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta…”. Y la razón no es otra que, si asumimos nuestro poder, tenemos que ser responsables de nuestra vida. 


El hombre de Leonardo como centro del Arbol de la Vida
Tras esta larga introducción veamos como enfoca la Cábala la existencia del mal. El Zohar atribuye la causa primaria del mal al acto de separación. En este acto  de separación lo que estaba unido se volvió dividido, y la separación primaria fue la división del Árbol de la Vida en dos pilares: el Pilar de la Misericordia y el Pilar de la Severidad.  Al comenzar la dualidad en la manifestación se pierde la Unidad original, y este hecho es naturalmente el origen de todos los opuestos, incluyendo eso que llamamos bien y mal. Es importante señalar que la Cábala no habla de creación (Dios crea la totalidad de lo que existe, pero El es aparte de su creación) sino de emanación (Dios se manifiesta en la totalidad de lo que existe, y nada hay fuera de El) tal y como afirma El Zohar: “La divinidad es la totalidad de lo que es y existe, por ello se denomina En Soph, Infinito”.

Y esta emanación que da lugar a toda la manifestación comienza en el TzimTzum y el descenso del Kav o Rayo Relampagueante, que partiendo de Kether “toma tierra” en Malkut en un movimiento de involución que va desde el Espíritu a la Materia llenando los kelim o recipientes, las sefirot, con la Luz Divina. Sin embargo la quinta sefirá, Guevuráh, no pudo contener esa Luz y se produjo lo que se conoce como shebirá, ruptura de los recipientes. Y esto sucede precisamente en el Eje Etico del Arbol de la Vida compuesto por las sefirot de Jesed (Misericordia) y Guevuráh (Severidad). Como consecuencia de este desequilibrio se produce lo que Isaac Luria presenta como el exilio de la Shekináh, la Divinidad en su aspecto femenino cae de Bináh a Malkut y queda prisionera en el mundo de la materia. Luria introduce el concepto de Tikún תקון , literalmente reparación, en la que será el hombre quien coopere para reconstruir la Unidad perdida. Tanto El Zohar como el Cantar de los Cantares hablan del anhelo del Rey por su Novia y del deseado matrimonio de ambos, pues la separación entre el principio masculino y femenino de la Divinidad, entre Espíritu y Materia, entre Cielo y Tierra o, como los hindúes conocen: entre Shiva y Shakti, es el verdadero origen de la existencia del mal.

La shebirá dá lugar a las Qlifot, קליפות, (cáscaras, caparazones), los pedazos rotos de los recipientes cósmicos, que se transformarán en el opuesto complementario de las Sefirot, dando lugar a un Arbol del Mal en el que estas Qlifot representan los aspectos desequilibrados y destructivos de cada sefirá.



Dion Fortune considera que las qlifot no son sino la otra cara de las sefirot, su aspecto negativo, y éste se manifestará si hay un exceso o un defecto de lo que cada sefirá representa, lo que llevaría a un peligroso desequilibrio en el Eje del Arbol en que se encuentran. Consideremos especialmente el Eje Etico (Jesed-Guevuráh), que no en vano representa la polaridad bien-mal, ya que un exceso de Misericordia redundará en una falta de Rigor, y viceversa, y como consecuencia se producirá una falta de armonía que puede derivar en caos.

El Grito (Edvard Munch)
Vemos pues que tras la manifestación del mal existen dos conceptos fundamentales: separación, que da lugar a los opuestos, y desequilibrio, cuando un opuesto predomina en exceso sobre otro o es totalmente rechazado, llevando a una posible ruptura que daría lugar al caos. El conflicto está garantizado en tanto existen estos opuestos y nos polarizamos en uno de ellos, y esto puede verse tanto en lo individual como en lo social, y lo diabólico se manifiesta cuando se produce la ruptura que conlleva esa división;  la esquizofrenia como resultado final de no asumir nuestra sombra e integrarla en el yo, o toda clase de desórdenes y guerras en las que el enemigo pierde su cualidad humana y es demonizado para que podamos destruirlo sin culpa.

La culpa es otro concepto directamente relacionado con el mal, como consecuencia del pecado. Y el pecado primigenio es el pecado original que cometieron nuestros primeros padres al comer del fruto prohibido desobedeciendo la orden divina y que, naturalmente, les conllevó un castigo que no fue sino el encarnar en Assiah, el Mundo de la Acción (Malkut), el mundo de la materia. Y la culpa la hemos heredado todos, que no somos sino pobres pecadores que necesitan redención. ¿No vemos en estas palabras la negación de nuestra naturaleza divina, el rechazo de nuestro aspecto luminoso? He aquí un desequilibrio, pues sin negar que pecamos, es decir; que cometemos errores a veces de bulto, no debemos olvidar jamás de dónde procedemos. La culpa, sentimiento infausto donde los haya, se asocia al perdón, necesaria operación para restablecer la armonía y para vivir en paz. Sobre el perdón hay un estupendo análisis cabalístico de Jaime Villarrubia cuya conclusión es que solo podemos perdonarnos a nosotros mismos. Y esta es condición sine qua non para comenzar el camino de vuelta, la teshuváh.  

La existencia del mal, que se ve generalmente como un problema desde la perspectiva dualista a la que estamos acostumbrados, es realmente una paradoja, y la paradoja se centra en que aunque la multiplicidad y la separación son las causas del mal, son también indispensables para cumplir el propósito del universo. Según la Cábala, este cataclismo cósmico no fue ningún accidente sino que forma parte del diseño mismo, del plan divino. Como un viaje heroico a escala infinita, Dios tuvo que alienarse, que dispersarse y perderse para así convertirse de nuevo, plenamente, en El mismo. Esta visión del “juego divino” la comparten otras tradiciones sagradas, como el hinduismo.


Satán prueba a Job
En consonancia con ello Satán es solo el adversario, no un oponente de Dios, sino una especie de “fiscal” que nos pone a prueba y que nos ayuda a “estar despiertos”, como nos muestra la propia Cábala: la palabra “mal”,רץ (ra) tiene como temurá la palabra “despierto”, ץר (er). Esto puede interpretarse de varias maneras; una de ellas es que el mal puede despertarnos, y es claro que en ocasiones solo sucesos dramáticos nos sacan de nuestra identificación total con el ego y de nuestra inconsciencia, pero también podemos darle la vuelta y considerar que el mal no es sino fruto de la ignorancia, y es preciso estar alerta para no caer en conductas reactivas nacidas de esa parte desconocida de nosotros mismos a la que se conoce como “sombra”. 

Y volviendo al principio, tras la expulsión del Paraíso de Adán y Eva, Yahvé les confecciona unas túnicas de piel (Génesis 3, 21). Los cabalistas creen que antes de la caída  sus cuerpos estaban vestidos de luz. Jaime Villarrubia aplica la guematria y obtiene que Pielעור   =276, y  Luz אור =207. La diferencia nos da 69, valor de יגון (yagón), tristeza, por la añoranza del paraíso perdido. El cuerpo espiritual (de luz) es convertido en un cuerpo material (de piel), que sufre, enferma y finalmente muere. Pero hay un camino que permite recuperar ese cuerpo de luz con el que retornar a casa. La palabra piel tiene por letra incial la ayin ע, (ojo, fuente) con un valor de 70. La fuente se refiere a la fuente interior, la de nuestro origen, donde se encuentra la luz, אור, que hay que recuperar. ¿Cómo? Recorriendo la distancia entre el ojo y la fuente, es decir, hallando la diferencia entre el 207 de luz y el 70 del ojo: 207 — 70 = 137, valor de la palabra קבלה (kabalá), la Cábala.


El retorno a la Fuente recorriendo
 el Camino de los 32 senderos
del Arbol de la Vida