“El alma está en
la sangre” (Levítico XVII,14)
“La sangre es un
fluído muy especial” (Goethe, Fausto)
Pocas cosas tienen un simbolismo tan poderoso como la
sangre, que evoca tanto la vida como la muerte, la unión como el confrontamiento,
el linaje, la fertilidad, los sacrificios y muchos eventos relacionados con el
hombre y su cultura desde el principio de los tiempos.
La sangre es un fluido que a nivel vital sustenta
a la persona y le permite descargar lo que no le sirve, y a nivel espiritual,
le permite conectar con la respiración; el puente de unión de la personalidad y
la consciencia. Al inspirar fluimos hacia adentro para conectar con nuestro
interior, y al espirar volvemos a las relaciones del mundo exterior,
permitiéndonos así vivir en el mundo interior de las imágenes y el mundo
exterior de los seres vivos. Milenios antes de que Ibn al-Nafis, Miguel Servet
y William Harvey describieran la
circulación de la sangre ya el Deuteronomio
afirma que “la sangre es la vida”, o más literalmente “la sangre es nefesh”, el alma vital. Y compartiendo este alma vital
con los animales, en el libro del Génesis
Dios ordena a Noé que “Todo lo
que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y
plantas verdes, os lo he dado todo. Pero carne con su vida, que es su sangre,
no comeréis”.
Un aspecto que siempre
ha tenido gran importancia en todas las culturas es el del linaje, ligado a la
sangre. Sin conocimiento del ADN o el código genético y en muy distintas
civilizaciones, tanto en el tiempo como en el espacio, se ha venerado a los
antepasados pues llevamos su misma sangre. Y para conservar un linaje
determinado se ha practicado la endogamia, sagrada y real, por ejemplo entre los
faraones de Egipto. Rudolf Steiner, fundador de la Antroposofía, escribió lo siguiente en El significado oculto de la sangre: “En el reino humano, la sangre extraña mata lo que
está íntimamente ligado a la sangre de la tribu; la clarividencia vaga y
confusa. Nuestra conciencia de vigilia corriente es, por consiguiente, el
resultado de un proceso destructivo. En el decurso de la evolución, la vida
mental producida por la endogamia ha quedado destruida, pero la exogamia ha
dado nacimiento al intelecto, a la amplia y clara conciencia de vigilia actual.”. Posteriormente, Steiner
afirmá también que la sangre es la expresión material del yo superior o ego
interno, y que ésta no puede plasmar algo diferente a lo que posee, y en su ya
mencionado libro dice lo siguiente, refiriéndose al poder de la sangre según se
refleja en la famosa novela Fausto del escritor alemán Goethe: “Fausto debe escribir su nombre con su propia sangre, no porque el Diablo
sea enemigo de ella, sino, más bien porque desea obtener poder sobre la misma.
Ahora bien, en ese pasaje se oculta una observación digna de tenerse en cuenta:
que el que obtiene poder sobre la sangre de un hombre obtiene poder sobre el
hombre mismo y que la sangre es un “fluido muy especial”.
Desde la antigüedad, este órgano ha
aparecido reflejado en diversas situaciones donde su representación ha llegado
a caer en el mito y el misterio. Una de sus primeras manifestaciones
conocidas data del final del período
paleolítico, vista en el mamut de la cueva de El Pindal, en Asturias, pintura rupestre que muestra un gran
corazón rojo pintado en el centro del animal. No se conoce si el hombre
paleolítico lo pintó para señalar el lugar ideal para dirigir las flechas a fin
de abatirlo, y hace pensar que quizá ya entonces existía la idea de que
en el corazón estaba la fuente de la vida.
Sangre y ancestros
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Fausto firma su nombre con sangre |
El corazón sede del alma
Y siendo el corazón el órgano que distribuye la sangre por todo el cuerpo, fue considerado en la antigüedad como la sede del alma para muchos pueblos, entre ellos los hebreos y egipcios, que extraían los órganos en el proceso de momificación excepto el corazón y los riñones. Incluso diferenciaban entre la víscera (haty) y la sede del alma (ib) en los jeroglíficos que describen la ceremonia del pesado del corazón en el juicio de Anubis.
Y siendo el corazón el órgano que distribuye la sangre por todo el cuerpo, fue considerado en la antigüedad como la sede del alma para muchos pueblos, entre ellos los hebreos y egipcios, que extraían los órganos en el proceso de momificación excepto el corazón y los riñones. Incluso diferenciaban entre la víscera (haty) y la sede del alma (ib) en los jeroglíficos que describen la ceremonia del pesado del corazón en el juicio de Anubis.

Entre las analogías simbólicas
el simbolismo del corazón y de la rosa coincidieron en un punto de
equivalencia. Cuando el corazón se ilumina, y es llenado por el conocimiento
divino, se representa como una rosa de pétalos abiertos donde ha florecido la
actualización de su naturaleza primordial. Otro símbolo relacionado con el
corazón es el de la copa, recipiente de culto por excelencia, contenedor del Soma
de los dioses hindúes o la ambrosía de las divinidades del Olimpo. En Egipto,
el jeroglífico del corazón tiene la forma de un vaso. Y la copa nos remite al Grial conteniendo el líquido más
sagrado, la sangre divina de Cristo y su acción redentora representada en la
imagen del Sagrado Corazón. El Grial, como contenedor de la sangre divina,
principio de vida, es el homólogo del corazón, y por consecuencia del centro.
En la sangre derramada vemos
un símbolo perfecto de sacrificio. Todas las materias líquidas que los antiguos
sacrificaban a los muertos, a los espíritus y a los dioses (miel, leche, vino) eran
imágenes o antecedentes de la sangre, el más preciado don, facilitado en las
esculturas clásicas por el sacrificio del cordero, el cerdo y el toro; y en las
asiáticas, africanas y americanas, por los sacrificios humanos, como también en
la Europa Prehistórica.
Los sacrificios de
sangre
“La sangre ha
corrido, el peligro ha pasado” (Proverbio árabe)

El sacrificio como ritual da
un tremendo poder a las castas sacerdotales. A la hora de matar a un animal,
en el momento del ritual, aquella persona que buscara el favor de los Dioses
solía beber la sangre del animal, o pintarse la cara con ella. Algunos
sacerdotes en el mundo andino practicaron rituales de sangre vinculados con
sacrificios humanos y de animales, o utilizaban el color rojo de algunos
minerales a modo de sangre ritual. En la ceremonia del Triunfo en Roma el
Pontifex Maximus pintaba de rojo el rostro del triunfador.
El significado más primigenio del sacrificio debía ser la de aplacar la
ira de los dioses. El sacrificio exige víctimas valiosas, como pueden ser los
propios hijos; cuando los cartagineses vieron que estaban a punto de perder la
guerra contra los griegos, los cartagineses, creyendo que habían despertado la
ira de su dios Moloch, sacrificaron a decenas de niños como parte de una
ofrenda. Este acto tuvo una peculiaridad: Se sacrificó no a los hijos de
familias pobres sino a niños escogidos de entre las propias familias nobles de
la ciudad. Este origen preciado de la víctima nos remite al sacrificio de
Isaac: Dios ordenó a Abraham sacrificar a su hijo Isaac. Abraham obedeció a
Dios, pero justo cuando Abraham estaba por sacrificar a Isaac, Dios intervino y
proveyó un carnero para que muriera en lugar de Isaac (Génesis 22:10-13). La sangre era la expresión
por excelencia de la fuerza vital, la cual podía tributársele a Dios en
inmensas inmolaciones, tal y como la ordenada el rey sabio Salomón : “Entonces todos los hijos de Israel, viendo descender el
fuego y la Gloria de Yahvé sobre la casa, se postraron sobre el pavimento,
adoraron y alabaron a Yahvé: “Porque es bueno, porque es eterno su amor”. Luego
el rey y todo el pueblo ofrecieron sacrificios a Yahvé. El rey Salomón ofreció
en sacrificio 22000 bueyes y 120000 ovejas.”
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Sacrificando una vaca roja a Yahvé |
Pero Yahvé no fue el único dios que recibió sacrificios, estuvieron
también Baal, Marduk, Amón, Zeus, Júpiter, Viracocha, Quetzalcoatl y muchos
otros más. De entre los mencionados, algunos exigían sacrificios humanos, y no
solo de animales como los que pedía Yahvé. Así y por ejemplo, sobre el caso de
la América Prehispánica: “El ofrecimiento
sacrificial de humanos a un dios ha sido bien establecido sólo en pocas
culturas. En lo que hoy es México la creencia de que el sol necesitaba de
alimento humano condujo al sacrificio de miles de víctimas anualmente en los
rituales del calendario azteca y nahua del maíz. Los incas ofrecían sacrificios masivos a la ascensión de un soberano.” (Enciclopedia Británica, 2007). Pero en situaciones
desesperadas incluso la civilizada Roma recurría a sacrificios humanos; tras la
hecatombre de Cannas se sacrificaron a Júpiter dos parejas de galos para
obtener su favor contra Aníbal.
¿Por qué los dioses querían sangre? O mejor: por qué los humanos de muy
diferentes épocas y culturas creían que su derramamiento era efectivo?
Seguramente porque consideraban que la sangre era lo más preciado y precioso y
que la hecatombe suponía un acto mágico, una especie de pacto con la divinidad
para obtener su protección y sus favores. Este carácter sagrado de la sangre se
ha utilizado en los llamados pactos de sangre, que han forjado alianzas de por
vida y aún más allá si el pacto es con el diablo, pues la ecuación sangre =
alma queda aquí bien representada, y el desdichado ha firmado con su propia sangre
la venta de lo que ésta simboliza.
La sangre también se relaciona con las maldiciones. En el libro del Exodo encontramos que la primera plaga de Egipto fue la de la sangre, Dios dio instrucciones a Moisés: “Di a Aarón: Toma tu vara, y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre sus ríos, sobre sus arroyos y sobre sus estanques, y sobre todos sus depósitos de aguas, para que se conviertan en sangre, y haya sangre por toda la región de Egipto, así en los vasos de madera como en los de piedra”(Exodo 7). Pero la maldición más terrible es la que encontramos en el Evangelio de Mateo cuando Pilatos se enfrenta a la ejecución de Jesús. Los supuestos escrúpulos del pretor romano ante la sentencia de un hombre justo le hacen lavarse las manos y atender la petición popular que pide la muerte de Jesús, y se hace decir a éstos: “Caiga sobre nosotros su sangre y sobre nuestros hijos”. Esta maldición ha caído en efecto sobre el pueblo judío, considerado deicida por los cristianos, descargando de responsabilidad a la autoridad romana, la única que de hecho podía sentenciar a la cruz. Las consecuencias históricas de esta supuesta automaldición son bien conocidas.
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La primera plaga |
La sangre también se relaciona con las maldiciones. En el libro del Exodo encontramos que la primera plaga de Egipto fue la de la sangre, Dios dio instrucciones a Moisés: “Di a Aarón: Toma tu vara, y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre sus ríos, sobre sus arroyos y sobre sus estanques, y sobre todos sus depósitos de aguas, para que se conviertan en sangre, y haya sangre por toda la región de Egipto, así en los vasos de madera como en los de piedra”(Exodo 7). Pero la maldición más terrible es la que encontramos en el Evangelio de Mateo cuando Pilatos se enfrenta a la ejecución de Jesús. Los supuestos escrúpulos del pretor romano ante la sentencia de un hombre justo le hacen lavarse las manos y atender la petición popular que pide la muerte de Jesús, y se hace decir a éstos: “Caiga sobre nosotros su sangre y sobre nuestros hijos”. Esta maldición ha caído en efecto sobre el pueblo judío, considerado deicida por los cristianos, descargando de responsabilidad a la autoridad romana, la única que de hecho podía sentenciar a la cruz. Las consecuencias históricas de esta supuesta automaldición son bien conocidas.
Un análisis cabalístico de la sangre
La sangre en hebreo es דם (dam).
Las letras que componen la palabra hacen referencia al agua (ם mem) y a la palabra (ד dalet), lo cual sugiere un “agua que habla”, y
así es pues el código genético se encuentra en los glóbulos blancos de la
sangre, como también en otras células del cuerpo. La misma raíz la encontramos
en palabras como tierra (אדמה adamah), el color rojo, tan relacionado con la
sangre (אדום adom) y el primer hombre (אדם Adam). Hay también una similitud con mar (ים yam) y es que probablemente la sangre tenga su
origen en el plasma marino, pues tanto el agua marina como la sangre comparten
cierta estructura y cierto equilibrio interior en relación a sus
elementos. El agua de mar es un plasma parecido a la sangre
humana, pero es más salino, tiene más cloruro sódico que nuestra sangre.
Pero además de la composición
química de la sangre y de su función de comunicación orgánica con todo el
cuerpo, tanto para mantener la vida como para ponerla en peligro al transportar
agentes patógenos, función ya reconocida en el Talmud: “Yo, la sangre, soy la causa principal de las enfermedades”, la sangre es el vehículo que
porta la energía del Nefesh, el alma vital o alma vegetativa y que actúa
como interfaz entre lo espiritual y lo físico.
La guematria de la palabra
sangre דם es 44 (dalet=4,
mem=40) y podemos relacionarla directamente por este valor con el Nombre Divino, יהוה, ya que
sumando el valor del nombre de las letras que componen el Tetragrama obtenemos
44:
Iod (יוד)
20
He (הא) 6
Vau (וו)
12
He (הא) 6
La suma de estos valores es igual a 44. Y si sumamos este valor 44 al valor del Nombre Divino que es 26 obtenemos 70, la guematria de sod (סוד) secreto. Este secreto tiene un aspecto digamos más obvio, como lo es el Brit Milah, literalmente “pacto de la Palabra”, la circuncisión: “Cortarán la carne de tu prepucio y ésa será la señal del pacto entre nosotros” (Génesis 17,13), un pacto que de algún modo es un pacto de sangre. El Zohar (II-41) afirma que la marca de sangre que hicieron los judíos en sus puertas durante la última plaga egipcia era la letra Iod (י) “para enseñar la marca del pacto sagrado”. ¿Estaba esta letra escrita con sangre? Lo más seguro es que sí, y eso recuerda al famoso dicho “la letra con sangre entra”, que es más literal de lo que parece si sabemos que Dios en ladino se decía “Dio”, y Dio (דיו) en hebreo quiere decir tinta. La expresión “sangre y tinta” (ודיו דם) suma también 70, que como hemos visto es el valor de secreto.
Siguiendo con el secreto,
vemos como después de la liberación del pueblo judío de su esclavitud en Egipto
tras la décima y última plaga (Iod vale 10 por cierto), se encuentra con la
tremenda barrera del Mar Rojo. En
realidad el nombre de este mar es סוף ים, (Iam
Soph, Mar de Juncos), pero es que la palabra סוף
significa, además de junco o caña, límite. Y si
sustituimos la palabra mar (ים) por אין nada, sin, obtenemos literalmente sin
límites, ilimitado, סוף אין, Ain Soph, el Segundo Nivel de
Inmanifestación, el Infinito del que emanan las diez sefirot.
La suma de estos valores es igual a 44. Y si sumamos este valor 44 al valor del Nombre Divino que es 26 obtenemos 70, la guematria de sod (סוד) secreto. Este secreto tiene un aspecto digamos más obvio, como lo es el Brit Milah, literalmente “pacto de la Palabra”, la circuncisión: “Cortarán la carne de tu prepucio y ésa será la señal del pacto entre nosotros” (Génesis 17,13), un pacto que de algún modo es un pacto de sangre. El Zohar (II-41) afirma que la marca de sangre que hicieron los judíos en sus puertas durante la última plaga egipcia era la letra Iod (י) “para enseñar la marca del pacto sagrado”. ¿Estaba esta letra escrita con sangre? Lo más seguro es que sí, y eso recuerda al famoso dicho “la letra con sangre entra”, que es más literal de lo que parece si sabemos que Dios en ladino se decía “Dio”, y Dio (דיו) en hebreo quiere decir tinta. La expresión “sangre y tinta” (ודיו דם) suma también 70, que como hemos visto es el valor de secreto.
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Los tres velos de la existencia negativa |
Y si obtenemos la diferencia
de la guematria de Iam Soph y Ain Soph:
סוף ים = 196
סוף אין = 207
207 – 196 = 11 El valor del nombre más oculto de Dios, las
dos últimas letras del tetragrama: יהוה, וה vau(6) + He(5)
El Zohar en su Midrash del alfabeto hebreo y la creación, en que cada
una de las 22 letras se presenta ante Dios suplicando “¡Crea el mundo a
través de mí!”, estas dos letras, Vau y He, son apartadas de
la tarea de la creación porque al formar parte del nombre más escondido de Dios
no podían dedicarse al servicio mundano. Y aquí un sorprendente descubrimiento
de mi maestro, Jaime Villarrubia,
que encuentra estas dos letras representadas por su valor numérico en nada más
y nada menos que el ARN y el ADN, los ácidos nucléicos que conforman el código
genético.
Podemos representar los
números 5 y 6 como las letras ו ה en hebreo o V y VI romanos o en nuestra
notación arábiga o bien en cualquier otro alfabeto, pero universalmente el
concepto abstracto que suponen estos grafemas puede representarse por una figura
geométrica, concretamente un pentágono y un hexágono.
Y esa es la estructura química de las bases que
conforman el ARN y ADN. ¿Será esto una casualidad o la huella divina en nuestro
programa genético?![]() |
Estructura de los ácidos nucléicos |