"El Árbol de la Vida se
extiende desde lo alto y hacia lo bajo y el sol lo ilumina enteramente”
El Zohar
En el simbolismo hindú existen 7 regiones espaciales: los
4 puntos cardinales más el Cénit
(punto más alto) y el Nadir (punto
más bajo), y como séptima región el Centro,
es decir; una cruz tridimensional con un punto central . El Arbol representaría el Axis Mundi, presente en casi todas las Tradiciones, y la
polaridad Cénit-Nadir equivaldría al espíritu y la materia. El hinduismo lo
expresa como Purusha y Prakritti, el Budismo como vacuidad y
fenómenos, el taoismo como Cielo y Tierra, dos polos entre los cuales se
extiende todo el cosmos.
Este eje básico Arriba (Cielo) Abajo (Tierra) estaría
representado en el Arbol de la Vida por las sefirot de Kether y Malkut, unidas
por el llamado Sendero de la Flecha
en el Pilar Central del Arbol.
En todas las tradiciones se considera este eje Cielo
Tierra, y en muchas se representa como un árbol.
Desde el árbol Yggdrasil de la mitología escandinava,
hasta el árbol navideño, pasando por el “Arbol de la Iluminación” bajo el que
Siddartha se convirtió en Buda, la simbología no se agota con el eje vertical
que conecta cenit y nadir. Pues además los árboles celestes o míticos aparecen
invertidos. En los Upanishads da cuenta de un árbol cósmico llamado Ashvattha cuyas raíces están en el cielo
y cuya copa frota la tierra.
En el Arbol de la Vida existen los siguientes ejes:
Ejes horizontales
Ejes verticales
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Mandala de Vajrayoguini |
El Centro del
Arbol corresponde a la sefirá de Tiferet,
el “sol de 8 rayos”, por los 8
senderos que confluyen en ella. El simbolismo del Centro es también común a
todas las tradiciones. Por ser el punto de
equilibrio, el Centro tiende a permanecer estable, equilibrado e inmutable,
representando realidades tanto internas como externas, macrocósmicas y
microcósmicas a la vez. El Centro
aparece entonces como el punto donde los
pares de opuestos son trascendidos y surge la armonía del equilibrio. No en
vano Tiferet significa Belleza, y los conceptos de belleza y
armonía van estrechamente ligados. Así, y en virtud de su universalidad, el
simbolismo del Centro es de vasta profusión y aparece necesariamente en las
alegorías iniciáticas de todas las épocas y culturas. Símbolos del Centro son
la Rueda –los radios confluyendo en un eje fijo-, el propio Sol, la Rosa, el
Laberinto y, por supuesto, el Corazón.
Y en muy diversas corrientes espirituales se halla reflejado este axioma:
Si encuentras tu centro, encuentras el
Centro
¿A qué si no se
refería Jesús cuando decía que no buscáramos el Reino de los Cielos aquí o
allí, “porque el Reino de los Cielos está
dentro de vosotros”.
Necesidad de las polaridades
El mundo emanado de la sefirá Kether principia con una dualidad básica: Yin (Binah) y Yang (Jokmah), constituyendo un eje de polaridad de importancia
fundamental pues manifiesta el género en todo lo creado, no únicamente en los
seres vivos. Dios Padre (Jokmáh) y
Dios Madre (Bináh) están más allá del
Bien y del Mal, la siguiente polaridad del Arbol: las sefirot de Jesed como “bien” y Gevurah como “mal”. La identificación de estos principios opuestos
con Dios y Diablo es frecuente en no pocas tradiciones y adolece de un
maniqueísmo que ignora la Unidad
como principio fundamental de la divinidad. El mismo Jung había hablado, en “Psicología y religión”, de la
actualidad del gnóstico Carpócrates,
que sostenía que “bien y mal son
solamente opiniones, no son más que
aspectos éticos de estas antítesis naturales”. Para conciliar estos
opuestos y restaurar la Unidad original Jung
y Herman Hesse introducen a Abraxas como un dios que une simbólicamente lo divino
con lo demoníaco, lo bueno con lo malo, la vida con la muerte. Pero ya el
monoteísmo judaico e islámico presentaba como declaración de fe que Dios es Uno.

El movimiento de ascenso en el eje vertical Cielo-Tierra vendría representado por kundalini Shakti subiendo por el canal central Sushuma hasta alcanzar el “Loto
de los Mil Pétalos”, para fundirse con Shiva.
Mientras que el movimiento de descenso sería llevar el Cielo a la Tierra, o Kether a Malkuth, como todas las utopías sacras y profanas han anhelado para
un futuro, quizás recordando una antigua Edad
de Oro perdida.
En el Arbol de la Vida la sefirá de Malkut es la morada de la Shekináh,
la Presencia Divina de Dios en su aspecto femenino. El paralelismo incluso
lingüístico con la Shakti hindú es evidente. La Shekináh, también conocida como
“La Divina Princesa”, sufre el exilio en la materia, y duerme esperando ser
rescatada igual que kundalini duerme enrollada en el chakra Muladhara.
En el eje
horizontal Bien-Mal el movimiento entre ambos polos requiere un Centro en el cual pivotar y que sirva
como punto de referencia. La imagen de un balancín es aquí adecuada, y una
excesiva inclinación hacia un extremo se traduciría en una pérdida de equilibrio.
Y del mismo modo que en matemáticas nos enseñan que + x + = - , resulta que un exceso de bueno es malo. Y no por bueno,
sino por exceso.


La necesidad de polaridades para que exista manifestación fenoménica se encuentra también en el hinduísmo. El Pralaya o "Noche Cósmica" es el tiempo fuera del tiempo en que existe un perfecto equilibrio, y por tanto, ninguna manifestación, porque ésta requiere siempre de dos fuerzas opuestas. El crecimiento y la evolución se producen por la dinámica de estas fuerzas opuestas, que funciona siempre siguiendo como vimos la Ley del Pendulo o Ley de Polaridad. Cuando hay una inclinación excesiva hacia un polo, en el Arbol de la Vida una sefirá de un eje determinado, se producirá un desequilibrio que liberará el aspecto negativo de esa sefirá. A este aspecto negativo Dion Fortune lo denomina Qlifot o Qliphoth. Los qlifot son los lados sombríos de los sefirot y manifiestan estados de caos y desorden. Más adelante se estudiarán, pues representan en la Cábala aquello que conocemos como "mal".